El presidente estadounidense Donald Trump anuncia su intención de eliminar el derecho de ciudadanía a los hijos de migrantes ilegales. Más que otra cosa es una estrategia político electoral que promete serle útil a la derecha norteamericana.
Una favorabilidad que no supera el 48% en las más optimistas encuestas, hacen que el presidente norteamericano se mueva de afán para recordarles al promedio de los estadounidenses qué los motivó a votar por él. Y lo hace a unos días de las elecciones de mitad de período, que suelen ser una especie de refrendación del mandato presidencial, en tanto se mantenga o no la composición del legislativo.
Para recordarles a sus votantes cuál es su esencia, Trump se va lanza en ristre, una vez más, contra los inmigrantes. Ahora apela a la noción del “estadounidense puro”, como si tal cosa existiera. La idea es simple: eliminar la posibilidad de ciudadanía por nacimiento a los hijos de migrantes ilegales en ese territorio. Un concepto que recuerda los más oscuros pasajes de la humanidad, que apuntalada en nacionalismos mal entendidos decidió eliminar a quienes no cumplen con los parámetros de pureza fijados.
Pero como la historia es rica en paradojas, ni Hitler tenía los rasgos arios que quiso imponer a los alemanes puros, ni Trump puede negar sus ancestros alemanes y escoceses: hijo, nieto y esposo de inmigrantes, ha llegado incluso a calificar a quienes buscan un mejor futuro en su país como serpientes.
Ya lo puso de presente Adela Cortina: el problema de fondo no es la Xenofobia sino la Aporofobia. No son los migrantes, sino los pobres los que hacen cambiar de colores al presidente gringo, y con él a cientos de miles que se sienten interpretados en sus palabras, porque aunque quieren seguir teniendo quién haga los trabajos sucios por bajos salarios, no soportan la idea de que se crean tan ciudadanos, tan gente, como ellos.
Por eso la cruzada se lanza justo dos años después de su triunfo en las urnas, porque la semana entrante los votantes definirán la composición del congreso y en buena medida, de eso depende la gobernabilidad para la segunda mitad de su período, y por qué no, la posibilidad de que se postule a la reelección. Necesita de nuevo aceitar la máquina del orgullo americano, recordar la esencia de quienes, como él, creen que la plata lo puede todo y los hace superiores frente al resto del mundo.
Y como es un asunto del afán electoral, anuncia un decreto presidencial para limitar esa condición de ciudadanía por nacimiento, que está consagrada en la enmienda 14 de la Constitución de los Estados Unidos, desde hace 150 años. No importa que allá, distinto de lo que ocurre en Colombia por ejemplo, la Constitución no se cambie en cada período ni esté llena de enmiendas. Contrario a la nuestra, además del preámbulo, esa Constitución no tiene más de siete artículos y 27 reformas que se conocen como enmiendas y carga el peso de más de 230 años de historia.
Y no importa, porque aunque los más destacados constitucionalistas estén en desacuerdo e incluso piensen que si desaparece el llamado derecho de suelo tambalea el sistema constitucional y político, lo cierto es que a muchos la sola idea los llevará a las urnas y probablemente los mueva a mantener el control republicano en el Senado, así cedan espacio en la Cámara de Representantes. Más que otra cosa es una estrategia político electoral que promete serle útil a la derecha norteamericana.
Lo que hoy pone en duda el presidente Trump, está consagrado además en el artículo 15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que no solo hace explícito el derecho de toda persona a una nacionalidad, sino que advierte que a nadie se le puede privar arbitrariamente de ella. El mandatario argumenta que el suyo es el único sistema constitucional que brinda esa garantía para los hijos de migrantes ilegales, cosa que tampoco es verdad porque al contrario, el primer requisito universal para acceder a la nacionalidad es el de nacimiento.
Pero, de nuevo, no tiene mayor importancia en tanto le sirve como argumento para mover los ánimos e interpretar a sus votantes. Y nos guste o no, eso bien lo sabe hacer el presidente norteamericano quien, justo es reconocerlo, se ha empeñado a fondo en el cumplimiento de sus promesas electorales y, particularmente, en lo que tiene que ver con el manejo de los migrantes pobres, enarbolando el orgullo americano.