No fuimos capaces de prever de qué manera ese tráfico se iba a unir a ideologías, libertarias y justicieras, para convertirlas en una monstruosa máquina de destrucción
Los fenómenos sociales pueden ser vistos de muchas maneras y estamos lejos del ideal que Durkheim señaló para la sociología de mirar un hecho como un hecho social total, es decir, algo que es al mismo tiempo económico, político, histórico, moral, cultural. Ni gaseosas teorías contemporáneas de la complejidad sirven para desarrollar comprensión sobre los dinámicos fenómenos sociales. Las discusiones e interpretaciones académicas sobre los movimientos políticos y militares que sellaron la “independencia” de nuestro país a principios del siglo XIX continúan; no hemos terminado de comprender tampoco algo que ha sucedido hace dos siglos y , si hay dudas sobre ese complejo fenómeno, no nos amilanemos que el encuentro entre Europa y América hace más de cinco siglos sigue dando para agrias discusiones.
¿Qué decir entonces sobre algo que hemos visto surgir frente nuestros ojos, en apenas unas cuantas décadas? Mario “Sancocho”, Mario “Cacharrero”, comerciantes medellinenses, se fueron por pasta de coca, simple y llanamente porque se enteraron de que era un buen negocio y los primeros alijos fueron con ellos en maleticas y vuelos comerciales; jamás pudieron imaginar que con sus idas a Perú y Bolivia estaban dando los primeros pasos de una industria y un tráfico que ha generado cifras inimaginables de riqueza y posteriores procesos de empoderamiento de los propietarios y beneficiarios de esas fortunas.
Y los ingenuos teólogos de la liberación y los marxistas de variado pelambre, los intelectuales en general, voz en cuello de esos años sesenta, tampoco fuimos capaces de prever de qué manera ese tráfico se iba a unir a ideologías, libertarias y justicieras, para convertirlas en una monstruosa máquina de destrucción y muerte.
Y si hace cincuenta años, alguien con capacidad de anticipación, nos hubiera sugerido que algunos de los terratenientes, patriarcales y explotadores de su gente, terminarían recurriendo a técnicas de guerra propias de la guerrilla y se enriquecerían con ese tráfico hasta tomarse el poder político y dar lugar a una nueva Colombia, cruel, despiadada, des institucionalizada, febril, estrambótica en el uso de esos bienes que constituyen el poder y la riqueza, también hubiéramos dudado, pero aquí estamos. Y no queremos ver, no somos capaces de comprender, función superior del intelecto y la mente humana, nos refugiamos en actitudes moralistas más que morales, reencauchamos los ideales de una democracia que no ha funcionado una sola década con un mínimo de eficiencia y claridad en dos siglos, o nos refugiamos torpemente en ideas tercermundistas y en utopías destructivas y anacrónicas. Pero, sobre todo, al no tener comprensión, somos incapaces de encontrarnos con el otro, de mirar la otra cara de una realidad, de integrar en un gesto de sabiduría los cabos sueltos de una nación destrozada por la ignorancia y la lógica del machete.