Experimentar la nostalgia es captar la vida, saber que la existencia corre por nuestras venas.
Cansan las noticias, cansan las cifras, cansa la rutina de este tiempo. Parece que el mundo quedó suspendido por un virus, que el estaticismo devoró la dinámica que lo constituye. El drama de la parálisis que impera a todo nivel está sofocando la vida. El infierno es suspensión, fijación, agotamiento. Ser sin estar, este es el punto de quiebre de la vida que estamos padeciendo.
En este abanico de traumatismos al que hemos sido expuestos, las fuerzas se han visto disminuidas, el cansancio propio de nuestra condición ha hecho estragos internos y parece que la batalla está augurando pérdidas irreparables. Uno de los síntomas que nos abre a este panorama es la nostalgia. No se trata de un aburrimiento pasajero, sino de uno de los mayores indicios de la vida, experimentar la nostalgia es captar la vida, saber que la existencia corre por nuestras venas.
En esta línea, una bella orientación la regala Joan-Carles Mèlich, en su libro La lectura como plegaria, dice: “La nostalgia hace referencia al tiempo perdido, al paraíso perdido. Pero también hay otra nostalgia, la del tiempo deseado, la del anhelo. Es la extraña nostalgia de lo que todavía no se ha vivido”. Estar atrincherados en las casas nos ha hecho permeables a vivir nostálgicos, es decir, dejarnos impactar por la vida y sus detalles simples que la engalanan.
Muchas voces se han levantado para denunciar la pérdida de tiempo en la sociedad posmoderna. El que pierde tiempo parece un irresponsable, pues no se adecúa a lo fijado por la sociedad capitalista. Aquí se denuncia la pérdida de tiempo como un atentado contra los intereses de los poderosos que ven disminuidos sus ingresos. La tragedia del consumo nos ha hecho ser esclavos del trabajo a niveles inhumanos, lo único que importa aquí es explotarse al máximo para tener migajas y gastarlas en baratijas. En esta lógica del amo y esclavo que la menciona Byung-Chul Han en su libro El aroma del tiempo, no puede haber nostalgia, pues no hay conciencia de libertad, sino de dependencia malsana.
La auténtica nostalgia siempre acontece de cara al otro, pues ese otro es el que me revela en qué he malgastado mi existencia. La obligatoriedad traerá la añoranza de lo impedido; lo prohibido tiene la capacidad de revelar lo fundamental de una vida. Es en este escenario donde el ser humano puede reconocer que el encuentro con el otro es la base insustituible de la humanidad. La nostalgia del encuentro nos ha hecho entender en este tiempo que la vida es más de lo que se ve.
Encontrarnos es reconocernos y en este reconocimiento entender que todo está por hacer. Asumir la nostalgia es aceptar que estamos vivos y desde aquí deshacernos (condición humana de cambio) para que emerja siempre lo nuevo y haga de nosotros una realidad novedosa.