Es hora de que los colombianos empecemos a debatir también acerca de la importancia que tendrá la organización y conformación de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.
El proceso de creación de los diferentes organismos que integrarán la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) ha generado una considerable atención pública. Analistas como Rodrigo Uprimny y José Manuel Acevedo han llamado la atención sobre la necesidad de que la JEP esté integrada por personas que sean a la vez excelentes juristas e individuos éticamente intachables, con el fin de que este sistema sirva como un instrumento de reconciliación entre los colombianos, y no como una herramienta de venganza y persecución entre enemigos. Este tipo de reflexiones sobre la JEP son fundamentales para el país.
Adicional a lo anterior, es hora de que los colombianos empecemos a debatir también acerca de la importancia que tendrá la organización y conformación de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Esta comisión de la verdad, a diferencia del Tribunal para la Paz y de las otras Salas que integrarán la JEP, tendrá un carácter extrajudicial, por lo que no impondrá sanciones. Por esta razón, es fácil caer en el error de pensar que la comisión de la verdad no tendrá la misma importancia que la JEP. Sin embargo, esta institución será definitiva en el futuro de Colombia, ya que jugará un papel clave en el difícil proceso de reconciliación que nos espera.
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Es necesario tener en cuenta que las comisiones de la verdad no son un invento colombiano. Por el contrario, éstas han sido centrales en procesos de justicia transicional en diferentes lugares del mundo. Ejemplo de ello son las siguientes: la Comisión Sudafricana de Verdad y Reconciliación, creada en Sudáfrica tras el fin del apartheid; la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas que entró a funcionar en Argentina en 1983, poco después del fin de la dictadura militar; y la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación de Chile, que investigó las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura del general Augusto Pinochet.
La experiencia comparada enseña que no existe una receta mágica para el adecuado funcionamiento de las comisiones de la verdad y que cada sociedad debe esforzarse en buscar el diseño institucional más adecuado para su propia transición. Sin embargo, es posible tener en cuenta una serie de parámetros básicos relativos a las tareas primordiales que deben cumplir las comisiones de la verdad, que pueden servir como referente para el caso colombiano.
El profesor David Crocker explica que la tarea principal de estos organismos es, como lo dice su nombre, contribuir al esclarecimiento de la verdad. Esta es una labor compleja y delicada. Por un lado, las comisiones de la verdad deben esforzarse por establecer una serie de “verdades fácticas”: qué derechos fueron violados, quiénes fueron víctimas de violaciones de derechos, quiénes fueron los responsables por las violaciones de derechos, entre otras. Por otro lado, debe tenerse presente que las comisiones de la verdad también están encargadas de construir una “verdad interpretativa” acerca de lo ocurrido.
“Aunque la mayoría de las verdades forenses serán relativamente poco controvertidas, los ciudadanos, e incluso los mismos miembros de la comisión de la verdad, podrían diferir sobre los patrones generales de interpretación y especialmente sobre quién o qué es más responsable por las atrocidades cometidas” (David Crocker, “Comisiones de la verdad, justicia transicional y sociedad civil”). Debido a lo anterior, es imperativo que las comisiones de la verdad estén integradas por personas con diferentes visiones políticas y con la altura moral suficiente para actuar de manera imparcial. En estas instituciones no puede haber lugar para el sectarismo y la sed de venganza.
Finalmente, las comisiones de la verdad deben servir como una plataforma pública para las víctimas. En Colombia las víctimas del conflicto muchas veces han sido miradas con indiferencia e incluso con desprecio por diferentes sectores de la sociedad, insensibles ante la tragedia. Por esto, nuestra comisión de la verdad deberá servir como un espacio en el que las víctimas puedan contar públicamente el dolor que han sentido, de manera tal que los colombianos tengamos la oportunidad de ver cómo mientras muchos seguíamos en la normalidad de nuestras vidas, otros, muy cerca de nosotros, vivían lo que nadie debería vivir. Será doloroso, pero es necesario