El artista nutre la vida y la sociedad por un camino alquímico, que lleva a una soledad y un egoísmo casi bestiales, para poder entregar lo mejor de sí…
La naturaleza es lo que hemos perdido al vivir en la cultura, se nos presenta fieramente como obsesión y mandato. La naturaleza es todo, pero ella escapa, la contemplamos, nos entregamos a ella pero, como la más genuina poesía, ella escapa y nos quedamos con los mendrugos, el naturalismo, el clasicismo decadente. Eso explica la claridad inobjetable del barroco, él se sitúa de una buena vez en la sobrenaturaleza que emanamos como una respiración continua que apenas se fija unos instantes en el vaho del aliento sobre el espejo que apenas cruzamos con un trazo.
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Creo que hay una incomprensión de la esencia el barroco que se desvanece cuando reconocemos que el único compromiso del artista es con su obra, si la sociedad la puede asimilar está bien, pero el artista no puede estar debiéndose a lo público, no puede dejar que en su fuero entre la moda o la urgencia de lo externo, a no ser que de ello dependa su alimentación o el cuidado de los suyos, y se deberá atener a las consecuencias. El artista nutre la vida y la sociedad por un camino alquímico, que lleva a una soledad y un egoísmo casi bestiales, para poder entregar lo mejor de sí y volverse dador, comunicante, generoso hasta con sus propios huesos. Tradicionalmente eso se ha llamado magia. Pero con ese término hay más confusión que claridad, a lo que asistimos ahora es a una “magia” de pacotilla que se compra en el supermercado. La magia genuina seguirá buscando correlaciones y es por ello que a veces se la encuentra más fácil en el dominio de la investigación científica, en los gestos elementales de los seres humanos que en los festivales de poetas profesionales.
Debo agregar que la única crítica que me parece decente es la de la razón reminiscente que menciona Poe y practica también Lezama. Dejar que la obra humana nos escalde y nos llegue al alma es la única crítica que respeto. Lo otro son gimnasias mentales de mayor o menor durabilidad o alcance, como juguetes que pierden rápido su valor y su vigencia lúdica. Buscar la luz e irradiarla es lo único que se le podría exigir al artista y ello puede residir en la oscuridad que explora. Y la luz se percibe o se está ciego ante el milagro de lo que acontece. Por esto también otras formas del arte me parecen sujetas o derivadas de la poesía y sólo me interesan en la medida en que me propongan imágenes y lenguajes descifrables y por ello mi orden de preferencia es que me fascina ese adminículo llamado cine, ese arte de las imágenes, tal vez la forma del arte más etérea y fugaz, pero la más cercana a la poesía, diría yo, pues con unas cuantas imágenes y textos muy depurados, que se sujetan a la voz y el sonido, emprende la tarea de decir de una manera única. Su grandeza y su futilidad van de la mano.
Las música es para mí más circunstancial y se relaciona con los estados del alma y esta se mueve en rangos muy variados, desde el implorar la voz sola, hasta la búsqueda del estado de gracia, y ese me lo proporcionan músicas muy variadas y me pasa que, por ejemplo, después de la fascinación espuria que representó el rock volví a esa música que en América Latina no tiene fronteras y hace parte del cantar sencillo pero directamente poético, una poesía muy diáfana y directa que envidio. Le he escuchado a un gran poeta colombiano, J.M. Roca: “No quisiera otro reconocimiento que ver un poema mío vuelto un bolero”. Con el teatro pasa otra cosa, me ha bastado con asistir durante más de treinta años al teatro filosófico. La filosofía con sus personajes y sus polémicas, con su agón y su agonía, con sus puestas en escenas, ha sido suficiente para mí, es mucha la pasión y los resultados varios, desiguales.