Está por estrenarse una serie sobre Débora Arango, una buena excusa para rendirle homenaje a una gran mujer y evaluar lo que nos dejó su rebeldía.
Nació en 1907, el mismo año que Frida Kahlo y vivió poco más del doble que ella. Sin embargo, aunque la hemos oído nombrar, para ser sinceros sabemos menos de la antioqueña Débora Arango que de su colega mexicana. Ambas, artistas y mujeres de esas que algunos llaman adelantadas para su época, pero que en realidad son pioneras porque sin su ímpetu no hubiera cambiado el mundo para ellas, ni para las siguientes.
Un poco con el propósito de pagar una deuda de olvido de la región con esa paisa rebelde, otro tanto sin duda con la visión de hacer un producto audiovisual de éxito, Teleantioquia pondrá al aire en pocos días una serie en la que se recrea la vida de Débora. Y de esa serie tomo prestado el título para este Memento, porque retrata perfectamente el talante de la artista que además de atreverse a pintar desnudos (un desafío para sus días), osó poner al descubierto la mojigatería y la doble moral de un pueblo como el paisa.
Es claro que el olvido al que hemos sometido a Débora no solo tiene que ver con su condición de mujer rebelde, pero también. Como de ella, poco sabemos de sus maestros Eladio Vélez y Pedro Nel Gómez, ni de la lista de artistas que ellos inspiraron y ayudaron a formar. Incluso podría decirse que el único artista de estas latitudes que ha sido más o menos bien tratado en vida es Fernando Botero, pero sobre todo por el reconocimiento que fue capaz de cosechar más allá de las fronteras. Más que por el valor de su arte, lo admiramos porque logró ser famoso y ese parece ser un valor entre nosotros.
A pesar de mi vínculo con el canal regional y con la televisión pública, o precisamente por él, con frecuencia evito escribir sobre lo que se hace o deja de hacer en materia audiovisual. Sin embargo, no se puede ser cicatero ante proyectos como éste que involucran a tantas personas y tantos esfuerzos. Series como ésta deberían ser más frecuentes, pero los presupuestos son escasos. Los diez capítulos que están próximos a verse representan casi el diez por ciento del presupuesto anual del canal. Aunque no he visto ninguno de ellos, por el casting y las personas que están detrás del proyecto confío en que cada peso quedó muy bien invertido y se que Débora lo vale.
Un buen ejemplo de lo que debe hacer la televisión pública. Gestionar recursos adicionales a los corrientes y sumar voluntades para hacer productos de calidad que tengan otros propósitos y mayores alcances. Pero también dinamizar la industria audiovisual todavía incipiente, de manera que nos rete y nos confronte. Que los camarógrafos, libretistas, sonidistas, luminotécnicos, vestuaristas, escenógrafos, directores de arte, directores de actores y la larga lista de trabajadores de producción adquieran horas de vuelo en la ficción, le sirve a la industria, a los canales y obviamente al público que demanda cada vez más y mejores productos, historias que atrapen.
Un público al que cuando se le pregunta reclama historias que superen las “narconovelas” y los “realities”, pero que no siempre es consecuente con la audiencia cuando se le ofrecen otros productos. Ojalá que esta vez lo sea por la historia, por el esfuerzo y por el entusiasmo que le ha imprimido el equipo de producción y quienes veremos en pantalla, comenzando por Patricia Castañeda, una actriz de quilates para quien seguramente Débora marcará un antes y un después.
Como hemos dicho, una oportunidad para acercarnos a la obra y al espíritu de la gran maestra antioqueña sin perder de vista una realidad de apuño: se trata de una obra de ficción y no de un documento histórico al que es vano reclamarle total apego a la siempre esquiva realidad. Un producto que puede herir susceptibilidades y generar incomodidades, como le ocurrió en vida a Débora, porque buena parte de los valores y la visión de mundo que ella desnudó, la sociedad antioqueña que la consideró sórdida, impúdica y hasta pornográfica, sigue cubriéndose la cara con las manos mientras alimenta las víboras de la envidia, la hipocresía y la doble moral. Esa misma sociedad que en cada elección busca más a un patriarca soberbio que a un líder moderno, mientras espía tras las persianas la vida íntima de sus vecinos.
Teleantioquia, el Instituto de Cultura de Antioquia y la Autoridad Nacional de Televisión ya hicieron lo suyo, esperemos que esta Débora también tenga larga vida pero que no la dejen sola como le ocurrió tantas veces a quien la inspira. Que sea un motivo para hablar de ella, de su rebeldía, del objeto de la televisión pública, la industria audiovisual y de nuestra sociedad, para hacer inventario de cuánto hemos cambiado o no, frente al arte y a las nuevas ideas.
@HenryHoracio