Es en este punto, precisamente, donde debemos elegir entre la libertad o la servidumbre.
El derrumbe de los valores de una sociedad constituye la muerte de la cultura y la muerte del pensamiento, pues los bárbaros llegaron dentro del Caballo de Troya del conformismo y la pusilanimidad de la clase política, de las cortes de justicia que les abrieron las puertas. Su victoria incluye la vejación de los antiguos dueños del poder para que el efecto catártico “revolucionario” cumpla su tarea de arrasar hasta el más ínfimo resquicio de lo que fue la presencia civilizadora de una estética, el florecimiento de un pensamiento libre, la vigencia necesaria de un libro como memoria de la responsabilidad intelectual. Cuba y Venezuela lo comprueban. Es, como lo estamos viendo en Colombia el sometimiento mediante la ignorancia y la miseria de quienes, supuestamente se quiere redimir, “dar voz”, y con la idea perversa de nivelar socialmente por lo bajo, la entronización de la ordinariez, de la vulgaridad como “estéticas populares”. Del bárbaro, no olvidemos, proviene la barbarie. O sea, la crueldad inaudita a que puede llegar un ser civilizado alienada su conciencia por el totalitarismo político. Nadie de nuestra izquierda congelada esperaba que la oposición venezolana estallara de la manera tan heroica en que lo está haciendo para poner en evidencia ante los ojos del mundo los extremos a que puede llegar un caricaturesco y criminal dictador como Maduro: hambre real, miseria real, ausencia real de salud pública, feroz persecución del pensamiento libre y toda esta tétrica parafernalia a nombre del socialismo del siglo XXI, cuando en realidad lo que se ha dado es el enriquecimiento obsceno de una minoría de militarotes, de empresarios que se aprovecharon de estas circunstancias para aumentar sus ganancias. Un Estado narcotraficante en todos sus delineamientos, asilo del terrorismo iraní. No el comunismo como lo pregonan sino un fascismo enfermizo.
Me preguntaré siempre, cómo, personas civilizadas cerraron los ojos ante esta barbarie que ha llevado al hambre y la miseria al pueblo venezolano. Recuerdo a una famosa periodista bogotana aseverar cuando estallaron las luchas estudiantiles que “no había que temer por el régimen de Maduro pues eran estudiantes de clase media y que además –óigase bien- estaban instigados por Uribe”. ¿No constituye una página negra en nuestra historia el oprobio de la Cancillería al entregar cobardemente a la policía secreta los dos estudiantes venezolanos asilados en Colombia? La ausencia de solidaridad de nuestra clase política con el sufrimiento del pueblo venezolano pone de presente la presencia de una clase dirigente provinciana, egoísta, capaz de colocar en peligro inminente las pocas conquistas de nuestra democracia ya que Venezuela ha terminado por constituirse en el espejo a través del cual estamos comprobando el fracaso de nuestro proyecto de nación, la muerte del pensamiento, la misma sordidez de algunos empresarios, esa perversión de igualar por lo bajo en la inequidad y no de crear ciudadanos libres, que, ha conducido en Venezuela al hambre, a la humillación, a esta barbarie impulsada por los corruptos a quienes sólo interesan sus ganancias, amparados por unas leyes económicas inhumanas. Bárbaros ilustrados incapaces de entender las responsabilidades de la civilización y la cultura. Alias timochenko y sus huestes han tomado el partido que era de prever: continuar identificándose con la barbarie. ¿Cuál será el camino que va a escoger una clase política, empresarial, una intelectualidad capaz de oponerse con la Razón a esta grave amenaza? Ya que es en este punto, precisamente, donde debemos elegir entre la libertad o la servidumbre.