¿Cuáles son nuestros valores como sociedad?, ¿Qué significa ser una mujer en Latinoamérica?, ¿Qué significa ser un hombre en Colombia?
Otra semana en Colombia equivale a otra miseria, a otro nuevo desconsuelo. Nuestro país, cada semana se supera al construir su propia historia de la infamia. O al menos la refresca. Las noticias reportan: la violación de una niña embera chamí por siete soldados; el asesinato de una mujer de 23 años en Bogotá y su posterior entierro, en su propia casa; el acoso sexual de una niña por un motociclista en plena vía pública. Si paso las páginas hasta abril, encuentro también las denuncias de la comunidad Wayúu por la violación de 38 de sus menores.
Mientras escribo estas líneas me imagino los hechos previamente narrados, y entonces, retumban en mi mente los ruidos de esos militares, y el motor estridente de ese acosador. Es el motor de una motocicleta de bajo cilindraje, conducida por un hombre de traje oscuro y casco, engolosinado con el poder que le brindaba una baratija con ruedas. Es el poder de siete hombres armados contra una niña, indígena y pobre. Es el sonido de una pala, de un mazo. Sigo leyendo noticias, y sigo sumando denuncias públicas de acoso, insultos en las redes, y finalmente, el análisis de los expertos que aseguran que la Fiscalía realizó una mala tipificación de los delitos en el caso del “acceso carnal abusivo” de la menor indígena -y tienen razón-.
Esta semana que culmina debe permitirnos pensar en hacer un gran replanteamiento sobre: ¿Cuáles son nuestros valores como sociedad?, ¿Qué significa ser una mujer en Latinoamérica?, ¿Qué significa ser un hombre en Colombia?
Hace un par de años realice una consultoría sobre la violencia que sufren los jóvenes y sobre la prevención del homicidio. Entendiendo la doble tragedia que entraña un homicidio, la de la victima y su familia, por supuesto, pero también la del victimario. Que, en el caso antioqueño, en su gran mayoría, ambos lados de la moneda de la muerte están ocupados por varones jóvenes de escasos recursos. Casi que un día ocupan la “cara” de victimario, para mañana ocupar el “sello” del difunto. En dicha consultoría, terminé por entender la relación trágica entre la violencia y manera como se construye la masculinidad en Medellín, y quizás en Colombia. O más bien, con el perdón de los expertos en estos temas, la relación entre lo que creemos que debe ser un hombre (en ciertos contextos complejos y de precarización) y los efectos que dicho imaginario configura.
Recuerdo que al ingresar a un centro de internamiento preventivo de la ciudad (lugar donde van los jóvenes entre 14 y 18 años que presuntamente han cometido delitos), sentí una emoción rara, parecida al fracaso. Si la memoria no me falla, entrevistamos a 24 jóvenes infractores, algunos con dos o tres muertos encima, muchas motos robadas, y una que otra gaminería (como ellos mismos lo nombraban). Uno de ellos, lo recuerdo bien, era rubio, delgado y en apariencia inofensivo. Podemos ponerle cualquier nombre, por ejemplo, Juan. Pues, este muchacho estuvo conversando conmigo alrededor de cuarenta y cinco minutos. Me contó sobre su madre, sobre el barrio, sobre la vida, sobre el porqué había dejado la escuela. Luego de una pausa para comer unos pasteles de guayaba, que amablemente nos brindaron en el centro, Juan me miró fijamente y me dijo: qué él no quería que lo trataran como a un niño, que él ya era un hombre. Lo miré en silencio, aún con comida en la boca, como pidiéndole una explicación. A lo cual me respondió: “yo ya maté, ya embaracé, ya metí (cocaína), ya soy un hombre”. Recuerdo que, en esos tres últimos énfasis, mucha de la comida que tenía en su boca salió en pequeñas partículas, de harina y dulce de guayaba; yo no le dije nada, lo dejé que se fuera a jugar fútbol al patio principal con sus amigos. Ya había escuchado suficiente.
Cierro esta semana creyendo que es necesario que hagamos debates públicos, sobre la violencia contra las mujeres y los niños, sobre el populismo punitivo vacío y con propósitos meramente electorales, sobre la educación de nuestros hijos, sobre el papel de la violencia en la vida cotidiana, entre muchas otras cosas. Y que aprendamos a ser hombres, más allá de la definición de Juan.