La memoria y el olvido

Autor: Luis Felipe Dávila
4 febrero de 2019 - 09:03 PM

La dosis de recuerdo y olvido creo que necesariamente varía dependiendo de quién esté al frente de la construcción de los informes. De quien controle la máquina de la verdad.

Se presentó en Medellín hace poco más de un mes la obra de teatro Victus: la memoria, de Alejandra Borrero. La obra pone en escena a excombatientes de los diferentes grupos armados y a víctimas del conflicto. El mensaje de la obra es contundente: Colombia necesita reconciliarse y sanar sus heridas. En voz de la misma Borrero, Colombia necesita hacer las paces, en plural.

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Se presenta en escena la vida y los sufrimientos de múltiples colombianos que por diferentes razones fueron victimizados, pero también, pone en escena un ejercicio de superación del dolor por medio de la memoria y del teatro. La obra me generó muchos interrogantes, lo cual quiere decir que la obra es buena, o al menos, que es algo que vale la pena ver. Al salir del teatro me surgió la siguiente pregunta: ¿Qué tanto se debe olvidar y qué tanto se debe recordar?

La relación recuerdo-olvido se ha modificado en los últimos años, ahora el discurso político dominante en Colombia y en general en Latinoamérica es el de la memoria histórica, que aboga para que los ejercicios académicos se puedan llevar a cabo de la manera más detallada posible. No obstante, si se revisan los siglos XIX y XX, la evidencia tal vez sea la opuesta. Amnistía y amnesia en forma de decretos presidenciales fueron la regla general, todo de manera muy impersonal, muy amplia y con un marco de acción inmenso. Quizá un ejemplo típico de esta saga es la que decretó Rojas Pinilla. En el largo plazo lo que se evidencia es que Colombia ha sido un país de violencias, pero también de amnistías. Un país bélico, pero también un país en extremo pactista y legalista, donde todo pareciera que se puede transar, inclusive la memoria y la historia.

En relación con la memoria, y sus bondades o desventajas, se podría afirmar que es una discusión sin resultados unívocos. Mientras que algunos autores argumentan que los trabajos que se basan en testimonios de victimas individuales tienen una probabilidad muy alta de llevar a los sujetos a un estado de re-victimización, que a la postre, podrían repetir los espirales de la violencia en forma de guerras intestinas. Otros en cambio, argumentan a favor de la verdad como camino para la justicia y la reconciliación. Consideran que los pedidos de perdón públicos, los gestos simbólicos y la construcción de una memoria histórica posibilitan el camino hacia la reconciliación. Que el no reconocimiento de las huellas y de los dolores puede llegar a impedirle a los sujetos los procesos de expiación y, por ende, se les estaría negando la oportunidad de entender la memoria como posibilidad de identidad y de futuro.

De otro lado, es habitual que el recordar se asocie con la salud, mientras que el olvidar se asocie con la enfermedad, lo que equivale a decir que lo mejor es recordar; sin embargo, existen otras posturas como la del filósofo alemán Nietzsche (y sus seguidores) que considera que el olvido no es falta o carencia, sino todo lo contrario; es actividad, presencia y salud. El olvido es una función activa de la memoria que permite la salud mental y el conocimiento. Además de ser un privilegio del pensamiento aristocrático, es decir, de los fuertes.

Por su parte, los cristianos hablan de “purificar el recuerdo”, lo cual hace difusas las fronteras entre el recuerdo y el olvido. Desdibuja los límites. Los procesos de purificación necesariamente son procesos hermenéuticos donde el sujeto hace elecciones sobre que debe tener opacidad y que debe tener brillo. Se contamina la historia, en su afán de purificar la memoria.

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La dosis de recuerdo y olvido creo que necesariamente varía dependiendo de quién esté al frente de la construcción de los informes. De quien controle la máquina de la verdad. Es decir, el ejercicio de la memoria es también político y puede llegar a ser otro campo de batalla. Termino aquí este ejercicio diletante, no sin antes lamentar la salida del Maestro Gonzalo Sánchez del Centro Nacional de Memoria  Histórica, y esperando que el Gobierno Nacional deje de tener salidas en falso con el nombramiento de su sucesor. Pues, como lo indica Sánchez: la memoria es la “presencia viva del pasado en el presente”.

 

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