Es indiscutible que hay que hacer siempre una defensa muy fuerte de la verdad, así sea muy esquiva y difícil; hay que hacer una reivindicación del conocimiento objetivo y de las narraciones que se le acerquen
La memoria es asunto de vida o muerte, es por excelencia conciencia de ser y renovación vital. Vivir es recordar, tener presente. Traemos a la memoria o condenamos al olvido. Lo que recordamos y lo que olvidamos hacen parte de un entramado que es más profundo que la piel. Como individuos y como sociedad parecemos olvidar esta realidad humana esencial y la sustituimos por ideas banales, lo que es equivalente a estar en un torbellino, sin centro ni ojo abierto.
Yo quiero saber de mi vida pasada, una década en particular quisiera resarcir y esclarecer. Fue una relación intensa con diferentes relatos y lo que uno quisiera es poner esos relatos contra el blanco y el negro, contrastarlos, rescatar las evidencias para establecer los hechos y rectificar los relatos burdos que escamotean lo que realmente pasó. Y me refiero a una simple relación de pareja, una amistad puede llegar a ser fuente de violencia, agresión, separación, disolución de vínculos que nos hacen humanos. Además, pasa que los distintos relatos que hacemos sobre lo que nos pasa determinan más las acciones que las propias decisiones conscientes.
Por supuesto que es más fácil conciliar las narraciones a una pareja de una década de convivencia sobre lo que pasó que lograr un acuerdo nacional sobre nuestros sucesos más intensos como nación. Y hace unos pocos años lo recordó Rieff “la memoria colectiva como tal no existe. Solo existe la memoria personal. La memoria colectiva es la historia que la gente se dice sobre ellos mismos, sobre sus familias o sobre sus países. Pero no hay tal cosa como un recordar colectivo, lo que sí hay es la invención de una historia, a veces buena, a veces mala”. Pero Rieff y los colombianos andamos con el tema como insectos que nos damos contra las vidrieras. Y eso es, en su enorme dificultad, insoslayable pero definitivamente necesario para ser nación y no un conglomerado disperso de gentes que se odian o excluyen y se lanzan a las armas por cualquier motivo. Gonzalo Sánchez, anterior director del Centro Nacional de Memoria Histórica, lo expresó de manera contundente: “Como colombianos tenemos una tarea enorme que es la construcción de una memoria histórica y debemos estar atentos pues no hay memoria histórica neutra” y agregó: “todas pueden tener sesgos ideológicos y políticos”.
Para las nuevas generaciones puede parecer que las cosas empezaron hace 60 años con el surgimiento de la guerrilla, pero sería terrible que esa emergencia no se la relacionara con una extensa lista de conflictos y, para Sánchez, justamente las amnistías después de las guerras parecieran tener la dimensión de una taza de olvido colectivo, un sedante para volver a continuar con las cadenas de ofensas mutuas. Somos responsables en el siglo XXI de no haber hecho el ejercicio de reconocimiento de las víctimas y las crueldades que llenaron de sangre los caminos de la nación desde hace más de un siglo.
La historia es la memoria de una nación y la nuestra la tenemos descuidada, fragmentada, sin sentarnos, como parejas locas o amistades vanas, a examinar qué fue lo que pasó realmente y para ello se ha de tener valor civil, entereza moral y capacidad de contrastar las versiones con los hechos. Son muy importantes para la memoria, para la paz, la literatura, las narraciones, el registro en todas sus formas, los documentales, el cine. Pero es indiscutible que hay que hacer siempre una defensa muy fuerte de la verdad, así sea muy esquiva y difícil; hay que hacer una reivindicación del conocimiento objetivo y de las narraciones que se le acerquen, de la intersubjetividad y el control sobre lo que se dice, reconociendo que siempre habrá un excedente de vida, de dolor, de sufrimiento que tiene siempre dos opciones: ejercicio de la memoria, olvido y cicatriz o herida que nunca se cierra y corre el riesgo de volverse alimento de la crueldad.