Arrogante, soberbio, el izquierdismo ‘progre’, llegó a creerse el más inteligente sin necesidad de acudir a la reflexión y al análisis
“La locura individual es cosa rara, pero en grupos, partidos, naciones y épocas, es la normal” señala Nietzsche, y, recordemos que él optó por la locura al comprobar lo que iba a ser el mundo en manos del mediocre, del hombre sin imaginación moral, el conformista que acabaría justificando los terribles regímenes totalitaristas de los siglos XX y XXI, cerrando los ojos ante los desmanes del mal. Porque en un momento dado debemos aceptar que existen individuos para los cuales la libertad constituye algo innecesario, una raza humana que ha nacido para la servidumbre y no para los cuestionamientos gracias a los cuales se logran las conquistas de la democracia. De ahí la peligrosa inclinación hacia el totalitarismo de las nuevas clases medias, de los intelectuales que aún justifican la monstruosidad de regímenes como los de Cuba, Venezuela, China, bajo el falso señuelo de liberar a los explotados. ¿De qué manera entonces una perversa idea política puede llevar a la locura a un honorable ciudadano, a un pueblo? Imaginar un partido de izquierdas como el defensor de la libertad, de la tolerancia, conformado por espíritus libres y no por radicales, sería un despropósito ya que, no se puede ser castrista o madurista y a la vez posar de demócratas. Disyuntiva a la cual se enfrenta hoy la izquierda heredera del comunismo, acuciada por los fantasmas de su pasado, ya que, si eludir la condena del dogmatismo aparentemente supuso una cómoda salida, hoy, en las encrucijadas que afrontan por su negativa a una necesaria autocrítica, jamás llegaron a imaginar que iban a ser cuestionados tal como sucede en España con Podemos, con Izquierda Unida. Arrogante, soberbio, el izquierdismo “progre”, llegó, por otro lado, a creerse el más inteligente sin necesidad de acudir a la reflexión y al análisis en una situación de quiebre que ha exigido un replanteamiento de la política, mientras esa progresía retóricamente continúa hablando de “lucha de clases” de “dar voz a los sin voz” lugares comunes al uso de militantes proveniente de ciertas clases populares, de una nueva clase media que, huérfana de referencias críticas y ante el vacío intelectual que enfrenta, demuestra su incapacidad de dar respuestas racionales. Una es la izquierda que proviene del partido Comunista, Molano, Iván Cepeda, otra la de los herederos del maoísmo, Robledo, Sanguino, castristas, elenos. ¿Dónde se sitúan Caballero y Daniel Samper y dónde puede caber Fajardo? ¿No son de “izquierda” todos los intelectuales, periodistas, feministas, jóvenes empresarios? ¿No hay intelectuales demócratas? Pero la fractura se ha producido inevitablemente para quienes apenas se están dando cuenta de que sus héroes lo fueron mientras permanecieron en la clandestinidad, pero al descender a la calle se están dando de bruces contra una comunidad que los repudia.
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En el caso colombiano podemos recurrir a las mismas preguntas que importantes analistas han utilizado sobre el fracaso de esa izquierda: ¿Por qué campesinos y asalariados pobres votan hoy por la Derecha? ¿En qué momento la izquierda se alejó de las clases oprimidas, de las mujeres y los niños, de las etnias? ¿En qué momento la izquierda dejó de ser una decisión ética para convertirse en una pose de moda? ¿No se han dado cuenta de que tildar agresiva y maniqueamente de “derechas” a un contrario ya a nadie le preocupa ni les teme?
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