La literatura fue llegando como fiel notaria de vivencias…

Autor: Lucila González de Chaves
21 enero de 2019 - 05:26 PM

La maestra Lucila González de Chaves recorre, a través de sus notas, momentos esenciales de la historia de la literatura.

Medellín

La literatura

 

Es la manifestación natural de una raza y su tradición, en el tiempo y sus costumbres, y en un medio que puede ser geográfico o social (paisaje o familia); es decir, la tradición se forma en el tiempo y este establece las costumbres. Lo primero que surge en la tradición familiar es el sentimiento… La literatura lo recoge, lo mismo que el pensamiento, y va construyendo historia.

Literatura comprometida

A raíz de la Segunda Guerra Mundial, en la literatura francesa, la idea de: “littérature engagée” (literatura comprometida) cobró un radio invasor; pero su origen es mucho más remoto, y su sentido último está ligado a un conjunto de ideas filosóficas de las últimas corrientes.

Orígenes

Aprendimos que el punto de partida de la llamada “literatura comprometida” está en Nietzsche, luego en Scheler y G. Marcel, antes que en Sartre. Más constantemente, la noción del compromiso asoma en las obras de Mounier.

“El carácter histórico de nuestra existencia exige el compromiso como requisito de la humanización y que este se enlace, a su vez, con la condición prospectiva de la existencia: la vida como proyecto, como resultado de un quehacer erguido siempre ante nosotros”. Esta es una afirmación de uno de tantos pensadores que en la historia del sentir, del hacer y del decir, se han expresado categóricamente.

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El crítico Landsberg afirma: “Llamamos compromiso al hecho de asumir de modo concreto, la responsabilidad de una obra por hacer en el porvenir, a una dirección definida del esfuerzo, encarado hacia la formación del ser humano. […]. Por consiguiente, el compromiso realiza la historicidad humana, y querer eludirlo significaría tanto como intentar destruir el progreso de nuestra condición humana”.

Aunque el concepto de compromiso aplicado a la literatura haya logrado en Sartre su acepción más concreta e influyente, es bueno tener en cuenta sus precedencias (no, procedencias) para evitar malentendidos de quienes identifican con ligereza, la literatura comprometida con la literatura puesta, simplemente, al servicio de una causa.

La “littérature engagée” -dice el analista Américo Castro- debiera traducirse más acertadamente como “literatura arriesgada”. “Engagement” implica un empeño, una promesa, una obligación o compromiso, sin excluir la idea de ajuste. Su riqueza de sinónimos y de aplicaciones la hacen multívoca…

Se ha dicho que la primera actitud de cualquier espíritu libre, ante la fórmula de la literatura comprometida, casi siempre es de desconfianza, cuando no de protesta o de rebelión.

La literatura comprometida supone la responsabilidad del escritor. El crítico Guillermo de Torre cree que sería mucho mejor, hablar de “literatura responsable” que de literatura comprometida. Esta responsabilidad no es sino una manifestación de la facultad de elección que tiene el hombre libre. (Es uno de los postulados de la filosofía de Sartre).

Jean Paul Sartre

Jean Paul Sartre

 

Compromiso y libertad

Son eslabones de una misma cadena. Sartre dice: “El escritor… corre un riesgo; haga lo que haga, está marcado, comprometido, hasta en su más lejano retiro”. “El escritor debe comprometerse por entero en sus obras y no proceder como una pasividad abyecta, poniendo en primer término sus vicios, sus desdichas y sus debilidades, sino como una voluntad resuelta y como una elección”.

El más alto exponente de la literatura comprometida está en aquellas obras donde el escritor está atento a su época, como un fiel notario, y quiere traducir su afán de absoluto, sin engañar su lucidez relativista. Pensemos que todo lo que suele adscribirse a la literatura comprometida - la intención moral o política, el espíritu reformador, etc. – puede ser secundario.

La literatura más comprometida es posible que sea aquella que menos se preocupa por parecerlo, pero sabe responder más profundamente a las exigencias del espíritu, sin fechas, sin épocas; aquella que, a pesar de alcanzar una notable trascendencia y de lograr sus fines inmediatos, no menoscaba sus interesantes y acertados medios expresivos.

La llamada literatura comprometida corre el riesgo de convertirse en literatura militante al servicio de esto o en contra de aquello, perdiendo así sus inalienables virtudes estéticas. También puede llamarse literatura dirigida, que se pone incondicionalmente al servicio de una causa, pero no por decisión del autor, sino debido a normas que le son impuestas desde afuera.

La literatura de compromiso político y social es tan antigua como la civilización:

En el siglo V antes de Cristo, Eurípides, el griego, dejó en su obra Las Troyanas una inmortal acusación contra la guerra injusta; y en su drama Medea, enjuició la discriminación racial de los griegos contra los pueblos llamados por ellos “bárbaros”.

En los libros de los profetas hebreos se encuentran virulentas requisitorias contra los poderes de su época. Los versículos de Jeremías o los de Isaías son también “comprometidos”.

El poeta italiano, Dante, en la parte del Infierno de su obra inmortal Divina Comedia, es el perfecto poeta comprometido: habla de clérigos simoníacos, nobles corrompidos y rapaces, gobernantes tiránicos o tramposos o embusteros, de ciudadanos cobardes,…  todos los eternos e invariables enemigos de la humanidad que Dante perpetuó en sus tercetos inmortales, como ejemplos de todo lo más vil que puede caber en la condición humana.

La obra española El Lazarillo de Tormes, es un fresco descomunal de todos los vicios y taras de la España de los siglos XVI y XVII. Son, también, comprometidas muchas de las obras de Lope de Vega, algunas de Calderón de la Barca; de Quevedo y Villegas; y muchos críticos han visto en Don Quijote ciertas alusiones, que hacen de esta, en gran parte, una obra de las que hoy se llaman “comprometidas”.

El poeta inglés Shakespeare fue un comprometido y por ello, hoy y siempre es un escritor de actualidad. Y lo son Stendhal, Balzac, Dostoiewki, Tolstoi, Faulkner, Neruda, Vallejo, Rulfo, etc.

¿Quiénes son los fieles notarios?

Un historiador literario, y con él, autoridades de la enseñanza y la crítica de la literatura, afirmaron en un foro: “Solo sería posible descartar de la literatura comprometida, las obras de aquellos que como Jorge Luis Borges, se empeñaron en sostener una producción de fieles esteticistas del ´arte por el arte´, que no entendieron que el quehacer artístico y literario no es crear belleza yerta, sino el más potente y el más perdurable testimonio de sí mismos y de sus hermanos”.

 

Literatura rosa:

 

Exagera lo bueno. Todos los personajes consiguen lo mejor, pero sin el menor esfuerzo. Un escritor debe interpretar el mundo, no deformarlo, para que no quede en el alma del lector un hiperbólico concepto de lo fácil de la vida o, en caso contrario, un lamentable concepto de la humanidad.

Hubo un momento de la historia de la literatura en que la mayoría de las obras se escribieron para un grueso público; no querían expresar sentimientos ni pensamientos, solo buscaron emocionar con las imágenes.

Literatura envilecida:

Desde la vertiente ética, no desde la vertiente social, “literatura envilecida” es aquella que cuenta, simplemente por contar, y distrae sin comprometerse, sin intentar removernos íntimamente, sin traer a la superficie nuestra conciencia, sin poner al desnudo nuestras angustias o esperanzas.

En el campo de esta literatura, cualquier obra que no interprete nuestras vicisitudes íntimas y externas, o no refleje una experiencia individual, traída del pensamiento o de la vida nos deja – creo - indiferentes.

El gran novelista André Malraux dice: “El hecho capital de la literatura en los últimos años del siglo XX ha sido la sustitución de la escritura que expresa un arte, por el tono que expresa una persona. No es que haya dejado de interesar la perfección, siempre se rendirá homenaje a la obra bien hecha, pero el formalismo estricto es anacrónico y todas las variedades del preciosismo verbal o imaginativo semejan evasiones y corren el riesgo de pasar inadvertidas. Ello determina una considerable merma de poderes en ciertos géneros como la poesía, y un aumento de potencias en otros como la novela, el drama, el ensayo, capaces de una comunicación más visible y de lograr una imagen más completa del universo”.

Literatura de irrisión:

Con este nombre se alude particularmente a aquella subliteratura que, según Rachel Bespalof, ha reemplazado la voluptuosidad por el sadismo, y la inocencia por el cinismo; aquel último avatar de cierto género insalvablemente secundario, como la novela policíaca, que trabaja en lo negro y caricaturiza la violencia desenfrenada.

Novela “negra”:

En este principio del siglo XXI, los nuevos lectores, los escritores y los llamados “autoridad”, hablan mucho de la llamada “novela negra”. Se trata de la novela policíaca moderna.

Es la novela del mundo profesional del crimen. Su nombre se debe a que muchas obras de dicho tema fueron publicadas en EE.UU. en la colección Serie Negra de la editorial francesa Gallimard.

También debe su nombre a los espacios oscuros, lóbregos, en que se desarrolla. Los argumentos son generalmente muy violentos; sus protagonistas son individuos derrotados. Ambientes asfixiantes de miedo, violencia, injusticia, inseguridad, corrupción del poder político; el detective es un personaje cínico y fracasado.

En este tipo de novela, los crímenes se deben a debilidades humanas: ansias de poder, envidia, odio, codicia, lujuria, sexo, corrupción, que dan lugar a un lenguaje crudo, callejero.

Los estudiosos de las letras han dicho que hay cuatro clases de novela negra:

1. Novela de acción con el detective como protagonista.

2. Novela desde el punto de vista del criminal.

3. Novela desde el punto de vista de la víctima.

4. Novela desde el punto de vista del juez.

Lo invitamos a leer: Pablo Neruda, el gran poeta de la audacia y la originalidad

 

 

Algunos autores que cultivan la “novela negra”:

 

Jim Thompson: 1.280 almas, de tema sórdido, pero con humor.

William Irish: maneja el suspenso de la fatalidad.

Patricia Highsmith: sus protagonistas son los amorales y estafadores.

James Elloy: autor de una trilogía de comportamientos oscuros.

Aloysius West: su personaje soluciona, a sueldo, problemas de la mafia.

En España está Alicia Jiménez, una de las pocas autoras del género.

En Cuba: Leonardo Padura, creador del detective Mario Conde. (Es el primer escritor en español de novela negra, galardonado con el premio Princesa de Asturias de las Letras en el año 2015).

 

(Notas resumidas de mi personal “Archivo de Fichas de Estudio y Consultas”)

 

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