A los 17 años recibió el premio Nobel de Paz. A los 19 años ha sido designada embajadora de Paz de Naciones Unidas. Sus dignidades reconocen la valentía y coherencia de la justamente célebre Malala Yousafzai.
Habitamos tiempos dominados por redes sociales que ofrecen, como explicó el sociólogo Zygmunt Bauman, sensación de utilidad y placer, así sólo sean, según dijo "una trampa" de realidades efímeras, relaciones frágiles y tergiversaciones como la que convierte en celebridad a quien acumula seguidores y likes, a precios que no exigen despliegue de talento u obras perdurables.
En estos tiempos confundidos, Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, escogió a Malala Yousafzai, pakistaní, como la primera embajadora de Paz que designa desde su posesión. Al nombrarla le concedió el máximo honor que la ONU, o sea la humanidad, puede ofrecer a una persona.
Malala Yousafzai tiene 19 años. Ganó este reconocimiento, como hace dos años obtuvo el Premio Nobel de Paz, porque en su juventud ha demostrado coherencia para defender el sueño de las mujeres del mundo y construir los cimientos para forjarlo.
Al asumir como la más joven ciudadana del mundo que tiene la distinción-responsabilidad, Malala ratificó lo que a sus 15 y medio años dijo a la Asamblea General: "La educación es el derecho humano fundamental para cada niña" y el que garantiza la transformación de las sociedades. Por él, dijo, seguirá trabajando. Así arriesgue su vida, como lo hizo hace seis años cuando terroristas talibanes le produjeron graves heridas. O así reciba honores que la obligan, como el que le dio la ONU, o que dedica a su causa, como hizo al donar los recursos de su Nobel de Paz a Malala Fund, la fundación para la promoción de la educación igualitaria de las niñas. Por sus obras, ella es símbolo de los derechos de las niñas a acceder a educación igual a la de sus coetáneos hombres.
Su celebridad nace en su persistencia para trabajar por los derechos de las mujeres, que son de la sociedad, en el más prometedor de los campos, el de la igualdad en el disfrute de los derechos humanos y el acceso a iguales oportunidades, un sueño que le heredó su padre maestro y por el que trabaja desde los 11 años, cuando abrió su blog sobre el derecho a la educación de las mujeres.
Su notoriedad surgió con la persecución del terrorismo que casi le cuesta la vida y que la desterró de su tierra natal. Tras la tragedia, la ha labrado y conservado con persistencia, estudio e incansable trabajo en favor de sus iguales.
Cuando en Antioquia debatimos sobre los criterios para honrar a nuestra juventud y en torno a Asia central sólo parecieran merodear presagios y miedos, Malala surge como esperanza y ejemplo de vivencia de los mejores valores, coherencia en su defensa y respeto por sus sueños.