El Coronavirus, con toda su severidad, no va exterminar la vida humana, pero si nos va a dejar lecciones de solidaridad y aprendizajes para afrontar la crisis ambiental por el Cambio Global.
En anterior columna anuncié el propósito de comentar apartes del libro “La invención de la Naturaleza, el nuevo mundo de Alexander von Humboldt” de Andrea Wulf, que estoy trabajando conjuntamente con el texto de Manuel Rodríguez “Nuestro mundo, nuestro futuro”. Creo que el mayor interés en este momento de “Cambio Global”, que está poniendo en riesgo la vida en el planeta, debe centrarse en aquellas amenazas donde las acciones humanas están generando un daño irreversible en los ecosistemas.
El concepto de límite planetario, propuesto en el 2009 por Stockholm Resilience Centre (SRC), pretende definir la carga que la Tierra puede soportar y fija una frontera para evitar un cambio irreversible en el planeta provocado por la acción humana. El informe del SRC, actualizado a 2016, señala nueve indicadores-límite claves para el planeta, a saber: el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la alteración de los ciclos biogeoquímicos, el cambio en el uso del suelo, la desaparición del ozono, la acidificación de los océanos, el uso del agua, los aerosoles en la atmósfera y la introducción de nuevos productos químicos. Estos indicadores se evalúan anualmente para saber si la humanidad está abusando o no del planeta, en alguno de estos aspectos. Will Steffen, director del SRC, señala que "transgredir un límite aumenta el riesgo de que la actividad humana conduzca al sistema terrestre a un estado menos hospitalario, dañando los esfuerzos por reducir la pobreza y deteriorando el bienestar humano incluso en los países ricos”.
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Según el referido informe (citado por Manuel Rodríguez) de los nueve indicadores cuatro ya han sido traspasados en sus límites, a saber: el cambio climático, la biodiversidad, la interferencia de los ciclos del nitrógeno y del fósforo y los cambios de los sistemas del suelo. En lo que se refiere al cambio climático, la Organización Meteorológica Mundial señala que en 2018 la concentración de CO2 en la atmósfera fue de 407,8 partes por millón (ppm) y que siguió aumentando en 2019, cuando el límite sería de 350 ppm. Para el caso de la biodiversidad se estima una tasa de extinción anual de especies entre 100 y 1.000 por millón, frente a un máximo aceptable de 10, la sexta extinción masiva de especies en la historia del planeta y la primera causada por el hombre.
Concentrémonos entonces a estos dos indicadores y volvamos a Humboldt en su viaje a Suramérica a principio de Siglo XIX, y a su diagnóstico sobre la disminución acelerada del nivel de las aguas que estaba sufriendo el Lago de Valencia, el principal lago de agua dulce de Venezuela. Este lago es un sistema cerrado sin salida al mar, de tal manera que el nivel de sus aguas se regula por el balance entre los caudales medios que le tributan sus afluentes y la evaporación, proceso que según el prusiano estaba siendo afectado por la tala de los bosques en las cuencas tributarias afluentes del lago. “Todo estaba estrechamente relacionado”: cuando en el pasado los árboles cubrían el suelo, su humedad estaba en gran parte protegida contra la evaporación y, con ello, la regulación de los caudales de las corrientes de agua.
La desertificación de las tierras alrededor del lago de Valencia y del valle de Aragua, donde se encontraba la Hacienda San Mateo, propiedad de la familia de Simón Bolívar, Humboldt la atribuyó al desecamiento de los suelos, que antes fueron fértiles, por causa de la tala de los boques, lo que estaba obligando a los campesinos a moverse hacia el occidente para reiniciar el mismo proceso destructivo. La pérdida de la cobertura arbórea hace que “el agua de lluvia ya no encuentre ningún obstáculo en su camino y en vez de aumentar poco a poco (…) forma surcos en las laderas, arrastra la tierra suelta y forma inundaciones (crecientes de los ríos) repentinas que inundan el país”, con este diagnóstico Humboldt se anticipó doscientos años en la predicción de los riesgos por avenidas torrenciales e inundaciones, que con el cambio climático se están incrementado en nuestras cordilleras andinas.
En el Lago de Valencia Humboldt desarrolló la idea del cambio climático provocado principalmente por la deforestación: “Cuando los bosques se destruyen los manantiales se secan o se hacen menos abundantes”. Lo que concluyó Humboldt con sus observaciones en Venezuela, el mismo lo corroboró más tarde en el Perú, en Italia y en Rusia. Humboldt fue el primero en explicar la función de los bosques en la conservación de los ecosistemas y en la regulación del clima, ya que la cobertura arbórea además de ayudar a almacenar agua en los suelos y enriquecer la atmósfera con su humedad, protege los suelos (la capa vegetal rica en microrganismos, que liberan los minerales de los cuales se nutren las plantas); por otro aspecto el prusiano también habló de la influencia de los árboles en la liberación de oxígeno, después de capturar CO2.
Con su afirmación de que la humanidad estaba cambiando el clima, Humboldt, sin saberlo, llegó a ser el padre del movimiento ecologista mundial: La ecología entendida como la ciencia de las relaciones de todo organismo con su entorno. Por otro aspecto, con sus descubrimientos el prusiano contradijo la teoría antropocéntrica que dominaba el pensamiento ilustrado de su época, lo que le permitió entender que antes de intervenir la naturaleza es necesario saber cómo funcionan y se interconectaban todas las fuerzas y elementos del sistema, como se interrelacionaban “esos hilos”.
El legado ecologista de Humboldt fue retomado pocos años más tarde por George Perkins Marsh, un botánico norteamericano ferviente admirador del prusiano, de quien había aprendido la relación entre el hombre y los ecosistemas. Marsh poseído por una insaciable sed de conocimiento por las ciencias de la naturaleza fue un incansable viajero por el viejo mundo, donde tuvo oportunidad de observar que la agricultura intensiva, especialmente en el Medio Oriente, lo estaba llevando a convertirse en “un mundo improductivo y gastado” y que EE.UU iba por el mismo sendero, probablemente pensando en la conquista del lejano oeste, que para entonces ya se iniciaba. En su libro “Man and Nature”, Marsh desarrolló de manera extensa la tesis de Humboldt sobre los riesgos de la deforestación descontrolada y registró la historia de la destrucción de suelos, que antes fueron fértiles, por causa de la sobreexplotación a que habían sido sometidos. Como Humboldt, el norteamericano responsabilizó de estos daños a los monocultivos industrializados de grandes extensiones de terreno y a la ganadería. “Man and Nature” fue la primera obra de historia natural que influyó en las políticas conservacionistas de EE.UU, entre otras la Ley de Plantación de Árboles de 1873, que preparó el terreno para las políticas de protección de bosques en ese país; la Ley de Reservas Forestales de 1891 también se inspiró en el libro de Marsh y en las ideas de Humboldt.
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John Muir, otro botánico estadounidense, quiso seguir los pasos de Humboldt en Suramérica pero sus escasos recursos lo obligaron a limitarse al estudio de la flora y de los glaciares de la costa occidental de su país. Gran parte de la investigación de campo de Muir se centró en el valle de Yosemite (California), donde reelaboró el concepto de la distribución de la plantas con la altitud, desarrollado originalmente por Humboldt (y por el neogranadino Francisco José de Caldas, valga la pena recordarlo) resumido en Naturgemälde, también conocido como el mapa del volcán Chimborazo (Ecuador). Muir propuso la migración de las plantas árticas a lo largo de miles de años desde las llanuras en el Valle Central hasta los glaciares de la Sierra Nevada de California, lo cual ilustró con una gráfica, digna heredera del referido mapa de Humboldt, donde por primera vez se anticipa la tesis de que la botánica, la geografía, el clima y la geología están estrechamente ligados.
Humboldt comprendió los peligros de la sobre explotación de los bienes de la naturaleza (renovables y no renovables) y Marsh de manera coherente ordenó las pruebas de dicha tesis, pero fue Muir quien llevó a la política norteamericana el proteccionismo sobre los ecosistemas.