Ese trasegar los llevó al camino de la Noviolencia, que asumieron con un compromiso tan sereno y profundo que hasta les permitió ofrendar sus vidas.
Guillermo Gaviria Correa y Gilberto Echeverri Mejía tejieron sus vidas con el destino de Antioquia y Colombia desde agosto de 1990, cuando Gilberto, nombrado gobernador de Antioquia, llamó a Guillermo, ingeniero de apenas 28 años, para que asumiera la Secretaría de Obras Públicas departamentales. Desde entonces, y hasta el 5 de mayo de 2003, caminaron juntos, y a veces paralelamente, en un recorrido de planeación del nuevo futuro de Colombia; construcción del territorio mediante la inclusión de las comunidades y zonas alejadas de los bienes básicos y las oportunidades, y la búsqueda de la paz justa y equitativa que se construye mediante el diálogo del buen gobierno y la sociedad participante. Ese trasegar, en el que dieron vida al Planea y la visión estratégica de Antioquia, los llevó al camino de la Noviolencia, que asumieron con un compromiso tan sereno y profundo que hasta les permitió ofrendar sus vidas.
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Guillermo y Gilberto se encontraron por las circunstancias. Y se unieron por su pragmatismo como ingenieros que buscaban soluciones posibles a los problemas de todos, su ética como servidores de la sociedad, la profundidad de sus ideas para transformar a Colombia y la experiencia, transformada en conocimiento de la complejidad de causas de las violencias que han azotado a los colombianos. En su camino encontraron la Noviolencia como estrategia con capacidad de ser eje integrador del Buen Gobierno y la Sociedad Participante que deben unirse para buscar y construir oportunidades, seguridad, convivencia, y principalmente, una nueva ética de la vida pública, entonces, y todavía, fragmentada por intereses particulares que la corroen.
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Por su talante y experiencia, Guillermo y Gilberto entendieron que habían emprendido un camino complejo y riesgoso, cuyo éxito, en el largo plazo, se mediría por la transformación cultural de la sociedad. Consecuentes con ello, fueron persistentes en las intervenciones pedagógicas para movilizar lo que Guillermo reconoció en su programa de gobierno como los capitales alternativos, o sea no económicos, que la sociedad puede movilizar para crear los cambios que le permiten romper la indolencia y la iniquidad que están en la base de las violencias. En este sendero dieron pasos hasta entonces inéditos para los gobernantes: las marchas solidarias para acompañar a las comunidades agredidas por la violencia entre ellas las de Granada, Dabeiba, Caicedo- e hicieron presencia para apoyar acciones de resistencia civil y civilizadora como el clamor de las Madres de la Candelaria, la Asamblea Constituyente de Tarso o el Laboratorio de Paz del Oriente Antioqueño; su camino inspira a la sociedad participante, cuya consolidación promovían a través de las estrategias transversales del Gobierno: el Planea, la Planeación Estratégica Situacional y el Plan Congruente de Paz de Antioquia.
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Quienes hace quince años los asesinaron con ocho militares que los acompañaban durante su secuestro en las selvas, se habían cerrado a escuchar la esperanza que sembraban con su voz y su camino. Con el crimen, privaron a Antioquia y Colombia de la sabiduría y generosidad del experimentado Gilberto Echeverri Mejía, guía comprensivo de las distintas realidades y los muchos conflictos del país, y la inmensa capacidad ejecutiva de Guillermo Gaviria Correa, apasionado por el servicio público, la transformación de la sociedad y la equidad con justicia. Juntos como habían caminado por 13 años, representaban un liderazgo despojado de ambiciones particulares, con inmenso sentido del servicio público, un férreo compromiso ético y una gran capacidad de convocar a la sociedad toda para transcurrir con ellos. Al despedirlos, Antioquia y Colombia dijeron adiós a dos vidas inmensamente útiles, no a las lecciones que legaron como camino para trasegar en procura de transformaciones que generen equidad, inclusión, respeten los derechos y procuren participación.
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La memoria de Guillermo Gaviria Correa y Gilberto Echeverri Mejía será honrada con construcción, posible pero aún lejana, de la paz integral que se habitará en los territorios con equidad, fruto de la generación de oportunidades y creación de capacidades para los excluidos del progreso; la solidaridad de gobernantes y ciudadanos participantes, y la transparencia de todos que permita romper con la corrupción, causa de la fragmentación del Estado, y el narcotráfico, combustible de todas las violencias que persisten en Colombia. Su vida fructificará en la formación de una cultura de la noviolencia, vivida por cada sujeto que actúe con respeto por los otros y encuentre en la palabra la forma de resolver sus diferencias. Su lucha se reivindicará con justicia que resocialice a los victimarios que fueron sordos a la Noviolencia y a la sociedad víctima de hechos violentos, que no reclama retaliación ni venganza, sino una justicia restauradora que permita retomar las sendas que los crímenes truncaron.
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