La honestidad intelectual es una actitud de apertura hacia las razones que se oponen a nuestra propia opinión
Según el filósofo checo Ernst Tugendhart en su libro Antropología en vez de metafísica, somos honestos por motivos morales, pragmáticos y fundamentalmente como un mandato de nuestra consciencia, que nos obligaría a no auto engañarnos.
En relación con el conocimiento científico el filósofo argentino Mario Bunge, contrariamente a quienes suponen que el conocimiento científico está condicionado por interpretaciones culturales y que, por tanto, es relativo, afirma que la ciencia tiene validez universal, ya que se funda sobre principios universales válidos para cualquier cultura, razón por la cual en este caso la honestidad intelectual no sería determinante en el diálogo científico, siempre y cuando se acepte el principio de falsación como fundamento epistemológico propuesto por Karl Popper, en el sentido que toda teoría por más sólida que se considere debe estar siempre abierta a la refutación. Por tanto, la honestidad intelectual es un concepto fundamentalmente de orden existencial y de esto se ocupará este escrito.
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Hoy, cuando se está imponiendo en el mundo de la política la no verdad o pos verdad, resulta de gran interés el citado texto de Tugendhart, donde confluyen filosofía, ética y la vida misma, al contrastar la honestidad intelectual basada en la autorresponsabilidad, con la pereza cognitiva y los prejuicios que nos impiden cuestionar nuestras propias opiniones ante la presencia de argumentos mejores.
Partamos de aceptar que antropológicamente estamos llamados a conocer y fundamentar correctamente la realidad, antes de poder entrar a modificarla según nuestro deseos, pero otra cosa distinta sucede cuando se trata de rendir cuenta sobre nosotros mismos y sobre la autenticidad de nuestros valores, resistencia que nos lleva al autoengaño. Surge aquí la contradicción con el mandamiento socrático, donde la gran preocupación del Ser debe radicar en el conocimiento de sí mismo y fundamentar la verdad en el diálogo con el otro, antes que en la derrota del interlocutor.
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Se debe, por tanto, diferenciar entre mantenerse aferrado a las propias opiniones sólo por ser las mías y en lo que tiene que ver con las mismas opiniones acerca de uno mismo. Sócrates extiende la honestidad intelectual a la categoría de virtud social, en la medida en que el bienestar individual y colectivo depende de la verdad de esas opiniones.
La pregunta socrática por lo bueno es en nuestro concepto la pregunta básica de la vida, de ahí la relevancia de la honestidad intelectual, a la que se opone el autoengaño o la indiferencia. El perseverar en las opiniones que uno tiene sobre sí mismo, ya sea por confundir sus deseos con la realidad o por comodidad, es el gran obstáculo a vencer por quien busque ser intelectualmente honesto.
La honestidad intelectual es una actitud de apertura hacia las razones que se oponen a nuestra propia opinión, así estemos convencidos de su fundamentación; en este sentido, se trata de una disposición para una dinámica abierta hacia el mejoramiento continuo, que se caracteriza siempre por evitar la mentira. Que lejos estamos de este ideal en la Colombia polarizada por el odio donde nos hundimos, y que tanto sufrimiento nos causó en el pasado.