Es equivocado creer que los estudiantes han estado marchando por una educación de mejor calidad y no por reivindicaciones políticas con las que pretenden llevar a la izquierda al poder e instalar un comunismo a la venezolana.
Tal como se esperaba, la izquierda está aprovechando la crisis del coronavirus para tomar posiciones adelantado muchas de sus políticas. Si ese sector siempre ha pregonado, entre otras cosas, asuntos como la gratuidad de la educación no hay que creer que sea simple casualidad que el alcalde de Medellín se sirva del momento para ofrecer esa gabela en las instituciones de educación superior pública que pertenecen a la municipalidad.
En efecto, se ha informado que el próximo semestre será gratuito en el Instituto Tecnológico Metropolitano, en el Instituto Pascual Bravo y en el Colegio Mayor de Antioquia. Y como ante semejante anuncio el Departamento de Antioquia no podía quedarse atrás, la Gobernación ya saltó también a la palestra para ofrecer gratuidad en el semestre a los estudiantes de pregrado de la Universidad de Antioquia, que son casi todos los que tiene el Alma Máter, y tendrá que hacer lo mismo con sus otros entes educativos, como el Tecnológico de Antioquia y el Politécnico Jaime Isaza Cadavid.
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Uno quisiera confiar en que, con estos logros, los estudiantes van a dejar de marchar y de hacer actos vandálicos en la ciudad, pero ni la ingenuidad ni la ignorancia nos pueden hacer creer que así se les da fin a estos procesos de tipo revolucionario o anarquista. Por el contrario, y sin pecar de pesimistas, es de preverse que muy pronto las exigencias de estos estudiantes van a ir mucho más allá; ya no van a querer solo educación gratuita, sino que van a exigir también que se les pague el transporte, la alimentación, el alojamiento y otros gastos de manutención. Van a pedir para las fotocopias y los libros, van a pedir computador con conexión a internet, y van a pedir hasta para el cigarrillito y el tinto de rigor de las 6:00 de la mañana.
Pero, no solo eso: continuarán marchando y exigiendo cuanta cosa se les ocurra, destruyendo el patrimonio público, criticando agriamente al Gobierno, a los gremios y a todo lo que huela a derechas, y sembrando el caos, el miedo y la incertidumbre. Es que es equivocado creer que los estudiantes han estado marchando por el pretexto de una educación de mejor calidad y no por reivindicaciones políticas con las que pretenden llevar a la izquierda al poder e instalar un comunismo a la venezolana, donde ya un 96,2% de los hogares es pobre y un 79,3% está en pobreza extrema.
Flaco favor nos hace a los colombianos el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, metiéndonos en el fango hasta la cintura sin mayor posibilidad de dar un paso atrás, pues en ningún momento se ha dicho o sugerido que esta feria de recursos públicos con tinte ideológico sea por una sola vez y por motivos estrictamente relacionados con el afán de paliar los efectos de la pandemia, como supuesta generadora de una enorme deserción de las aulas universitarias. Un paso que no podrá desandarse porque las hordas de izquierda lo defenderán como una conquista inestimable haciendo imposible, con sus actos violentos, volver a cobrar matriculas en las universidades públicas de la ciudad y el departamento, aunque sea con bajas sumas de carácter simbólico o solo para los estratos altos. Y lo mismo se extenderá por todo el país.
Muchas almas pías se preguntarán qué tiene de malo la gratuidad de la educación y si este panorama no es, acaso, el deseable por hacer más democrático su acceso poniéndola al alcance de todos. Pero, en primer lugar, habría que decir que hoy abundan las facilidades para que la gente que no tiene capacidad económica estudie; el que no lo hace es porque no quiere o porque, precisamente, quiere todo regalado. Y la ayuda a los menos favorecidos no debe terminar subvencionando a los que sí pueden pagar. Eso terminaría ahondando las desigualdades que algunos dicen querer combatir.
En segundo lugar, no sobra recordar que no hay nada gratis, todo lo que el Estado da tiene que provenir del recaudo de algún tipo de impuesto, que en Colombia son muy altos y no dejan ya mayor espacio de maniobra. Así que, para aumentar la inversión en un lado, hay que reducirla en otro. También puede provenir de endeudamiento, pero eso siempre hay que pagarlo con más impuestos y costosos sacrificios, como las familias que se sobregiran con las tarjetas de crédito. Igualmente, podría aprovecharse ese maná que son los recursos naturales, pero precisamente los revoltosos están en contra del extractivismo y no dejan hacer nada; por impedir el fracking van a dejar enterrado un tesoro incalculable. Y muchos se preguntarán por qué tienen que pagar con sus impuestos la educación de los hijos de otros. ¿Solidaridad?
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Un tercer aspecto a destacar es que la equidad, como la entienden en la izquierda, es una quimera. No todos los estudiantes pueden estudiar lo que quieran pues sus capacidades no son las mismas ni hay cupos ilimitados en las carreras más solicitadas porque no se deben graduar en un área muchos más profesionales de los que se necesitan. Por eso tiene que haber competencia, que genera una mejora de toda la sociedad. Los más capacitados estudian en las mejores universidades las carreras más difíciles y, generalmente, ocupan los cargos mejor pagados. Un cardiólogo no puede devengar lo mismo que el portero del hospital, y si en aras de la equidad se eliminan la sana competencia, la ambición justa, la aspiración de una vida superior, las motivaciones materiales, se cae en el marasmo de los regímenes comunistas.
Para finalizar, y sin ánimo concluyente, hay que señalar que esta medida demagógica del alcalde Quintero, no es más que una concesión a esos extremistas que pretenden desarticular el modo de vida capitalista. Nada mejor para ello que recurrir a medidas angelicales que hacen depender a las personas del Estado. Y nada mejor que manosear a los estudiantes, cuyas mentes han sido colonizadas hace rato por los profesores militantes de Fecode.