la profunda creencia de Bacon en las posibilidades de la mente humana como principio fundante de todo conocimiento, sostuvo que reclamar nuestro poder para entender la naturaleza es un verdadero don de Dios
En nuestra pasada columna, guiados por el libro “Una historia de la verdad en occidente” del Profesor Mauricio Nieto, habíamos llegado hasta Francis Bacon quien con obra “Novum organum” buscó definir las reglas para interpretar la naturaleza, en un gran intento por establecer una nueva lógica, lo que se conoce como el empirismo anglosajón, una afirmación del método inductivo, el conocimiento que va de lo particular a lo general, en oposición al método deductivo (de lo general y abstracto, a lo particular).
No obstante la profunda creencia de Bacon en las posibilidades de la mente humana como principio fundante de todo conocimiento, sostuvo que reclamar nuestro poder para entender la naturaleza es un verdadero don de Dios. Este principio mantenido por Isaac Newton (1642-1727), el más destacado exponente de la ciencia moderna, es una muestra más de la imposibilidad de separar ciencia y religión, quien sostuvo que Dios se revela en dos “libros”, su palabra y su obra. Con este principio llegamos a lo que creo interpretar trata de dilucidar la obra del Profesor Nieto, a saber: es perfectamente posible ser, al mismo tiempo, un hombre de fe y un hombre de ciencia.
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La obra más conocida de Newton titulada “Principios matemáticos de la filosofía natural” es reconocida como el mayor aporte a la cosmología después de Aristóteles, pero, a diferencia del filósofo griego, no pretendió explicar la causa del movimiento sino describir y predecir su comportamiento haciendo uso de las matemáticas.
La filosofía natural no es otra cosa que la reflexión metafísica sobre el mundo natural en el que el hombre se encuentra inmerso y en diálogo permanente con él. El pensamiento filosófico responde a una aspiración fundamental, que desde el hombre primitivo se ha dado cuenta de que no está rígidamente atado al acontecer natural, sino que debe enfrentarse con la realidad para configurar en ella su existencia de un modo autónomo y responsable. De ahí su preocupación por el arjé panton, el principio y fundamento de todas las cosas.
Volvamos a Bacon cuando reclamó la necesidad de organizar el conocimiento científico como una política de Estado, propuesta que dio origen a las sociedades científicas modernas que aparecen por primera vez en las academias de los humanistas italianos de los siglos XV y XVI, pero que más directamente provienen de la Casa da India en Lisboa y en especial de la Casa de Contratación de Sevilla, esta última que de ser un centro de control del comercio con Las Indias occidentales llegó a convertiré en una escuela de formación de navegantes, cartógrafos, cosmógrafos y sede de debates científicos.
La Real Sociedad de Londres se inició en 1645 cuando la culta burguesía inglesa empezó a reunirse para discutir la filosofía natural, teniendo como base epistemológica la necesidad de acudir a la experimentación que condujera a la utilidad práctica del conocimiento. Pero fue sólo en 1663 cuando, por disposición de Carlos II, se formalizó la Real Sociedad para el Conocimiento Natural o Real Sociedad de Londres (LRS), la cual adoptó a Bacon como su filósofo insignia. Entre los primeros y más destacados científicos, amén de ingeniero y artesano, que llegaron a la LRS estuvo Robert Hook, quien tuvo a cargo la redacción de los estatutos, donde se resalta como propósito y fin de la institución “fomentar el conocimiento de las cosas naturales y todas las artes y manufacturas, practicas mecánicas, máquinas e inventos útiles por medio de experimentos…”. La obra de Hook es una prueba de la importancia de las prácticas y oficios artesanales en el nacimiento de la ciencia moderna. No es, entonces, una sorpresa que en el Reino Unido, cien años después de Hook, se hubiese generado la Revolución Industrial.
La LRS además de su publicación institucional titulada Philosophical transactions editó importantes libros, tales como Micrographia de Robert Hook y la obra de Robert Boyle, también miembro y fundador de la LRS, con cuyo texto más célebre “The sceptical chymist” defendió la experimentación como medio para construir conocimiento y con “The virtuous christian” confiesa su profunda religiosidad.
En este mismo Siglo XVII, el siglo de las luces para la ciencia, aparece en el universo científico Isaac Newton con su libro “Philosophiae naturalis principia mathematica” (Principios matemáticos de la filosofía natural) publicado por la LRS, quien fuera sucesor de Hook en la presidencia de la LRS, desde donde consolidó y divulgó su magistral obra. En Newton coinciden dos principios fundamentos que configuran el conocimiento moderno, a saber: la concepción matemática para explicar el orden del universo y el aporte experimentalista, manifiestos en sus libros “Principios matemáticos de la filosofía natural”, The air elasticity, y “Optics”. Por casi tres siglos después de su muerte, Newton fue el símbolo intelectual del poderoso imperio británico, y su legado fue el modelo para la ciencia occidental.
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Newton se consideró a sí mismo como el elegido para reinterpretar la sabiduría antigua, deformada y opacada por los medioevales, la cual creía en el heliocentrismo y sobre todo en la unidad matemática del universo, caso los pitagóricos y los egipcios con su sabiduría sagrada. Por otro aspecto con sus trabajos en el campo de la teología, Newton se ocupó de recuperar desde los antiguos textos sagrados la religión natural, que consideró como la verdadera, y de reafirmar la sublimidad de naturaleza, cuyo estudio conduce a Dios.
En tiempos modernos se ha replanteado la relación entre ciencia y religión, basada no en el antagonismo sino en una entrañable y respetuosa coexistencia, así lo entendía Newton como creyente en un espíritu infinito y omnipresente que da vida al universo, en el cual la materia se mueve según leyes matemáticas. “El siempre permanece y está presente en todas partes, y existiendo siempre y en todas partes constituye el espacio temporal…
P.S. La pasada semana fui gentilmente invitado por el señor Gerente de EPM a visitar Hidroituango. Una experiencia única, que me permitió constatar el ingenio y creatividad que la ingeniería nacional desplegados para la superación de la contingencia, además del encomiable trabajo en la obra de los ingenieros y obreros.