Toda crisis debe ser entendida como una ruptura del orden existente, de algo que está legitimado sólo por la costumbre, donde el filósofo introduce la sospecha y pone la historia, la sociedad y a sí mismo en observación y redefinición.
En estos tiempos de confinamiento donde las noticias que llegan desde la ciencia, la economía y la política sobre la pandemia del Coronavirus no son las más esperanzadoras, he tratado de refugiarme en la filosofía como consuelo del alma, la gran enseñanza de los estoicos, en especial de Lucio Anneo Séneca. Hay días en que creo ver la posibilidad de una salida desde un gran giro de nuestra civilización que nos permita superar el perverso Antropoceno y empezar a construir una convivencia amigable con los ecosistemas, “El Buen Antropoceno”, tal como lo anticipa “Novacene”, la era de la eclosión de la hiperinteligencia artificial que superará el actual Antropoceno, el último libro de James Lovelock, el autor de la Teoría Gaia, con razón llamado por The Guardian “un profeta que merece todos los honores que la humanidad puede conferir”.
Otros días el panorama se me obscurece como acaba de suceder con “El futuro después del Coronavirus”, un reciente foro convocado hace pocos días por El Periódico El País de Madrid, al cual asistieron 75 de los más connotados intelectuales del mundo a disertar sobre lo que le espera al mundo en la pospandemia. Un epidemiólogo pronostica que no hay salida de esta crisis; un politólogo reafirma la aceleración del calentamiento global durante la reactivación económica que vendrá después de la crisis, al tiempo que anticipa un mayor empobrecimiento de la población en nuestro mundo subdesarrollado, sumado al aumento de la desigualdad, a la reactivación de los nacionalismos, a la xenofobia en el primer mundo y a la agudización de la guerra fría entre Estados Unidos y China; un psicólogo pronostica el incremento de las enfermedades mentales por causa del confinamiento, y sigue la lista de adversidades.
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Para empezar con mis elucubraciones traigo a Baruch Spinoza y su “Ética demostrada según el orden geométrico”, cuando se refiere a la virtud como la “misma esencia o naturaleza del hombre, en cuanto que tiene la potestad de llevar a cabo ciertas cosas que pueden entenderse a través de las solas leyes de la naturaleza” (Dios y Naturaleza, para Spinoza, es la misma inteligencia ordenadora del cosmos). Así entendido, lo que hoy sufrimos con el Coronavirus y sus consecuencias no es ningún castigo divino o resultado de conspiraciones chinas, ni de nadie.
La filosofía estoica, con Séneca como uno de sus máximos exponentes, es un ejercicio para el conocimiento de si preparatorio del cuidado de si, un verdadero ejercicio espiritual. Toda crisis debe ser entendida como una ruptura del orden existente, de algo que está legitimado sólo por la costumbre, donde el filósofo introduce “la sospecha” y pone la historia, la sociedad y a sí mismo en un estado de observación y de redefinición. Nada es estable en términos de Naturaleza, ni mucho menos nadie nos lo puede garantizar como eterno. En sus cartas morales a Lucilio, Séneca ante las amenazas del decadente imperio romano sobre “la razón desvalida”, no para aliviar la crisis sino para profundizar su estado de permanente reflexión, exhorta por una actitud de atenta y vigilante que sólo se encuentra en el refugio interior, la gran fortaleza del ser humano ante la adversidad.
En sus cartas morales Séneca empieza por desnudar al hombre de sus justificaciones inconexas que le disfrazan la realidad, donde radica la verdadera crisis existencial, pero no lo abandona y en su lugar le ofrece consuelo en el conocimiento y en el cuidado de si, la filosofía como refugio, la filosofía accesible a todos. Muro y lienzo, resistencia desde la estética, según acertada definición del profesor Iván Darío Cardona en su libro “Séneca, conciencia y drama”. Toda sociedad en crisis necesita de la filosofía, el conocimiento que le permita enfoques y perspectivas, desde donde pueda argumentar la sospecha sobre un mundo que hasta el momento se tenía como funcional. Cuando se reconoce la crisis, cuando se acepta revisar todos los ideales y esperanzas que han soportado la tradición, es cuando se empieza a cuestionar toda su fundamentación, el principio del verdadero pensamiento filosófico. La filosofía como ejercicio crítico del pensamiento es nuestra medicina y consuelo en tiempos de crisis, para momentos en los cuales la realidad nos agobia.
Reconocer la magnitud de la amenaza con todas sus consecuencias no es una rendición: todo lo contrario, es el llamado a nuevas fuerzas para resistir, para seguir denunciando el malestar de nuestra civilización, para seguir buscando alternativas y respuestas. Hacer todo lo que reclama nuestra racionalidad, sin miedo, pero sin desconocer el riesgo de no llegar a ningún puerto seguro. Y aquí viene la reflexión final, traída de otros grandes maestros, válida para tiempos del Coronavirus y en todo momento.
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“Debe hacerse en todas las cosas sólo lo que depende de uno mismo (..). Estoy obligado a embarcar. ¿Qué haré?: Elegir con cuidado el barco, el piloto, los marineros, la época, el día y hora; vale decir, cuanto dependa de mí. Estando en alta mar sobreviene una terrible tempestad; esto no es de mi incumbencia. El barco se hunde, ¿Qué debo hacer? Todo lo que dependa de mí; no grito ni me lamento. Considero que todo lo que ha nacido debe morir, conforme a la ley general; necesario es que yo muera (ahora o en cualquier tiempo futuro). No soy la eternidad, soy un hombre, una parte del todo, del mismo modo que una hora es parte del día. Llega la hora y pasa; yo llego y paso también: el momento de pasar no interesa, por la fiebre o por el agua; todo es igual”. Epicteto, Máximas.
“Nadie que haya logrado un mínimo conocimiento de la vida debe temer la muerte, de otra manera dese por inútil todo lo aprendido”. Michel de Montaigne, Ensayos.
“¿Por qué estáis con tanto miedo?” (Mc 4,40). El Papa Francisco en su homilía del pasado 29 de marzo, recuerda las palabras de Jesús a sus discípulos atemorizados en la barca agitada por las olas del lago de Genesaret.
P.S. Como se anticipaba, después de la cuarentena, una vez iniciada la reactivación de la economía China, en ciudades como en Wuhan se registran niveles de contaminación atmosférica comparables a los de 2019 (“La contaminación del aire resurge en China”. La Vanguardia, 16 de abril de 2020).