Iván Duque es un ejemplo altamente representativo de los severos impactos que produce la fe ciega en el comportamiento de los individuos.
Creer ciegamente, es decir, creer sin ninguna reflexión, sin ninguna mirada crítica, sin el más mínimo ejercicio de pensamiento, sin la más mínima objeción, es sin duda la más deplorable de las actitudes frente a las creencias. A ese nivel de obnubilación se le ha llamado siempre “la fe del carbonero” porque se trata de una creencia construida desde la ignorancia.
De hecho, la ignorancia es una de las más funestas razones sobre las que se sustenta la “eficiencia” de las operaciones que se montan en las redes sociales al servicio de los políticos corruptos, a la manera de las prácticas delincuenciales de Cambridge Analítica.
Si la creencia se asume desde alguien a quien yo considero mi salvador, mi Dios, mi ídolo, mi razón de vivir, mi presidente eterno, mi inspiración, mi paradigma, mi dueño, mi señor, mi guía, entonces esa creencia no se objeta.
El cerebro opera de una manera contundente cuando una creencia se instala en la mente, pues la convierte en “conocimiento” que, una vez asimilado, absorbido, no tiene ni se le exige demostración alguna, ni siquiera se le exigirá un fundamento de tipo racional que lo explique. La creencia se convierte en la verdad.
La fe ciega hace estragos precisamente porque es refractaria a cualquier reflexión. El creyente termina actuando como un zombi.
Iván Duque es un ejemplo altamente representativo de los severos impactos que produce la fe ciega en el comportamiento de los individuos.
Podría afirmarse que cuando no caminaba bajo la férula de su protector y presidente eterno, el hombre trataba de tener una opinión propia y sus reflexiones eran de tinte “progresista” en temas tales como el medio ambiente, las minorías étnicas, la diversidad sexual o la separación entre la iglesia y el estado, para no citar sino cuatro variables que aparecían en sus trinos y que, como es apenas obvio, desaparecieron ya de su historial y fueron eliminados al lado de muchos otros que son “comprometedores”.
Ya en la condición de zombi, no solo hay un cambio drástico en su discurso sino que los conceptos, decisiones, nombramientos y posiciones que adopta son un reflejo de la total pérdida de razonamiento, identidad propia, dignidad y ética que exhibe hoy en día.
Habrá quien afirme que esta reflexión es un juicio de valor por discrepancias ideológicas o porque se piensa diferente, pero ocurre que no solo hay hechos incontrovertibles que demuestran su mutación, sino que la percepción generalizada de los observadores internacionales es que a través de Duque otra gente está gobernando en cuerpo ajeno.
El debate suscitado por el intento de nombramiento de Claudia Ortiz en la Unidad Nacional de Protección y su ubicación final, sin cumplir el más mínimo requisito, en la Agencia de Desarrollo Rural; los casos del ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla y la ministra del Interior Nancy Patricia Gutiérrez, sobre los que pesan incuestionables prácticas no éticas asociadas en el primero a engaños financieros y en la otra al apoyo a paramilitares, y la tapa: Eva María Uribe Directora del Instituto Agustín Codazzi comprometida en la “Operación Dragón”, una escalofriante estrategia diseñada para asesinar a líderes sociales y defensores de los Derechos Humanos, cuando ella ejercía como Directora de la Superintendencia Nacional de Registro en los tiempos de la administración Uribe, dan náuseas.
Son hechos tan relevantes, tan ciertos e incuestionables, que no admiten ni siquiera la duda razonable.
Estos son apenas tres ejemplos del aberrante caso del señor Duque y que reflejan a su vez el estado de inconsciencia que vibra en el comportamiento de aquellos colombianos que lo aplauden, que piden que le tengamos paciencia, o que simplemente agradecen que no sea Duque sino el presidente eterno quien tenga las riendas de la nación.
Decididamente, disentir, atreverse a pensar y enarbolar la ética representan el antídoto…