La falta de competencias para gobernar

Autor: Álvaro López Rojas
20 mayo de 2019 - 09:34 PM

Lo cierto es que el país está viviendo una verdadera crisis de liderazgo, de compromiso de las autoridades con lo que ordena el artículo segundo constitucional.

Medellín

Álvaro López Rojas

De nada nos va a servir a los colombianos incoar un proceso de construcción y proclamación de una nueva Carta Política, si mantenemos este orden de trampas y mentiras que estamos viviendo. ¿Para que pretendemos cambiar lo que hay? Lo que se mira en el panorama político, es decir la lectura que dan las aspiraciones de los que supuestamente dirigen el país, es la eternización en los altos cargos del Estado, una especie de acorazamiento de los fueros y gabelas, para lograr reelecciones e impunidades que solo los favorecen a ellos, los que por alguna circunstancia no quieren perder protagonismo y poder.

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Si se miran las propuestas de cambios y los proyectos de reformas que proponen tanto el Gobierno como los líderes de los partidos, se encuentran ausencias terribles de una verdadera intención de favorecimiento de los intereses de los colombianos. Unos proponen con ánimo convenenciero y los otros rechazan y desaprueban solo para vengarse o para presionar. Lo cierto es que el país está viviendo una verdadera crisis de liderazgo, de compromiso de las autoridades con lo que ordena el artículo segundo constitucional. Se pretende cambiar la Constitución, sin ni siquiera conocerla.

De lo que escribe Memo Ánjel en su columna de un periódico local, se puede concluir como cierta una generalizada falta de pertinencia de las competencias de la gente; se opina sobre lo divino y lo humano, sin tener los conocimientos suficientes; se escriben poemas y novelas sin tener idea de la construcción, régimen y ortografía del idioma; se ejerce el periodismo más para posar de estrellas que para informar. Y de lo más grave que hay es el ejercicio de la política sin la dimensión de estadista que exige. Cuando no se tienen aptitudes para nada, el camino es la política, una política cargada de engaños y artimañas.

La solución tendría que estar en la adopción de un sistema educativo bien pensado, extraído del análisis democrático de las necesidades y vocaciones del país, erradicando las malas prácticas de otorgar licencias para pagar favores politiqueros. La gran proliferación de facultades de derecho, por ejemplo, es una amenaza al derecho ciudadano de tener un buen sistema judicial. Gran parte de los nuevos abogados están saliendo de garajes que contratan siempre los mismos profesores, que repiten en todas partes los mismos disparates, nutridos más de malas exégesis que de principios patrióticos.

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Hay que ponerles condiciones a las aspiraciones de la gente. Hay que ponerles requisitos y requerimientos a los cargos públicos. Ni el presidente de la República, ni el presidente del Congreso pueden ser el producto de la soberbia de un jefe político que quiere demostrar que hace lo que le viene en gana. La falta de exigencias para ejercer funciones oficiales hace que en un momento determinado llegue mandarnos un sin-oficio y lo que sigue es una avalancha de candidatos sin méritos como nos está sucediendo en Medellín y lo que puede pasar a nivel nacional en las próximas elecciones, pues, si éste pudo, cualquiera puede ser.

 

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