La estrategia desmoralizadora 

Autor: Alberto Morales Gutiérrez
29 septiembre de 2018 - 09:03 PM

Otra actitud subversiva: un retorno a la ética y a nobleza de los valores morales…atreverse a pensar.

Una de las más claras señales que brindan sucesos globales recientes como la elección de Trump, el escándalo de Cambridge Analytica y los resultados del Brexit para no citar sino tres ejemplos, es la demostración de que la sociedad contemporánea parece alejarse cada vez más de cualquier intento reflexivo.

Ya en nuestro país, esas señales se aprecian en las posiciones laxas que contemporizan con las prácticas ejercidas en el plebiscito por la Paz, la ausencia de sanción social en los escándalos de Odebrecht y Reficar, o la justificación al ministro de Hacienda porque no incurrió en violaciones de la ley con su bárbara operación de los bonos del agua (y son así mismo solo tres ejemplos).

Los filósofos sostienen que es un fenómeno inversamente proporcional a los avances de la ciencia, de la tecnología y del desarrollo en el mundo de hoy. A más conectividad, por ejemplo, mayor el deterioro ético y moral.

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No se acepta que barrera alguna se atraviese en la conquista de los objetivos que cada quien quiere alcanzar. El “todo se vale” que mencionan los críticos.

Hay cambios evidentes en las creencias de la gente, la manera como asumen sus responsabilidades con ellos mismos y con los demás, en el cumplimiento de las normas y las leyes.

Y como el fenómeno se repite en todos los países y a lo largo y ancho de los cuatro puntos cardinales, es válido asumir que hay una estrategia global para que la sociedad actué sin apego a ninguna moral. Es la estrategia desmoralizadora.

Nicholas Carr en su texto Superficiales (2011) cita a los científicos Joseph Weizenbaum y Richard Foreman quienes analizan lo que ellos justamente llaman “una lenta erosión de nuestra humanidad”.

¿Cómo se construye esa erosión? Brindando una “constante distracción que acalla toda forma de pensamiento tranquilo”. La denuncia es que vivimos inmersos en un interminable y desquiciador zumbido orientado a automatizar nuestras mentes, merced al uso invasivo de la web.

Desde su punto de vista, el proceso de automatización significa que cedemos el control sobre el flujo de nuestros pensamientos y recuerdos a un sistema electrónico de gran alcance. Ahí está el teléfono que lo acumula todo, el Facebook, el Twitter, el WhatsApp que operan como el eje de todo lo que hacemos. Estas plataformas son, ciertamente, el interminable zumbido.

Expresa Nicholas Carr que el pensamiento profundo requiere de una mente atenta y tranquila. Es la mente tranquila la que a su vez construye empatía y compasión.

En medio de la deshumanización reinante, del comportamiento de horda, de la masificación sin límites, de la ausencia total de reflexión, ciencias como la psicología empiezan a indagar recientemente sobre tópicos diferentes a los del miedo y la ansiedad, preguntándose cuáles son las fuentes de nuestros instintos más nobles.

Todo apunta a la figura de la mente tranquila.

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Y entonces se nos revela que “las emociones superiores surgen de unos procesos neuronales que son inherentemente lentos”. Se necesita tiempo para que el cerebro entienda y sienta las dimensiones morales y psicológicas de una situación. Pero eso no le interesa a la perversidad de esta estrategia, para quien lo único válido es el frenesí.

Otra actitud subversiva: un retorno a la ética y a nobleza de los valores morales…atreverse a pensar.

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