Cinco meses y ocho días duró Lillo al frente de Atlético Nacional.
Mediante un comunicado Atlético Nacional entregó la noticia que casi al unísono esperaba la hinchada Verdolaga: Juan Manuel Lillo no es más técnico del conjunto Verde.
Según el Club, fue el español quien tomó la decisión de dejar el cargo, aunque era conocido que el mismo Antonio José Ardila estaba bastanta inconforme y había pedido informes sobre el balance tanto de presidencia como del cuerpo técnico, por lo cual tras la versión del club sobre la renuncia de Lillo puede haber algo más de fondo.
Lillo deja a Nacional tras 26 partidos; catorce ganados, cuatro empatados y ocho perdidos. Bajo su conducción el equipo anotó 33 goles y recibió 18, para un rendimiento del 59%.
Llegó en junio pasado para reemplazar a Reinaldo Rueda y sobre su espalda tenía el peso de continuar con la era más gloriosa en la historia del equipo, cimentado en dos técnicos de rotundo éxito sucesivo: Juan Carlos Osorio, ganador de seis títulos, y Rueda, el patriarca que finalmente llevó a Nacional a la tierra prometida de la Copa Libertadores luego de 27 años de búsqueda.
Pero Lillo, con sus primeras frases, casi marcó el camino que terminaría por confirmar al cabo de cinco meses y ocho días, el español en la rueda de prensa en su presentación evitó comprometerse con ganar títulos, desmarcándose de entrada a lo que fue la presentación de su antecesor Reinaldo Rueda, quien desde el primer día en su presentación manifestó que su objetivo en Nacional era ganar la Copa Libertadores y dominar tanto el torneo local como el continental. Y cumplió.
De ahí en más, lo de Lillo no fue sino una sucesiva racha de yerros y absurdos. Pregonó cada vez que pudo que su filosofía profesional y personal se basaba más en sus propósitos que en sus logros. Algo que a todas luces iba en contravía con la filosofía del club más exitoso del país y hasta el momento en que llegó el español, el mejor equipo del continente.
La ausencia de la hinchada en la tribuna fue evidenciando la brecha entre la afición y un técnico que redujo al equipo a su mínima expresión; Nacional pasó de ser un equipo apabullante y con un desempeño táctico y técnico rico y vanguardista a demostrar en la cancha una abulía y una idea futbolística atrasada en varias décadas.
Al final de sus días en Nacional, Lillo optó por el silencio mientras los referentes del club, Henríquez, Armani y Macnelly ponían la cara por él. Un gesto que colmó la paciencia de la hinchada, que por cierto fue menospreciada a más no poder por el español, quien nunca tuvo ni siquiera la mínima consideración de mencionarla en sus intervenciones. La cereza del postre fue su última rueda de prensa luego de la eliminación ante Tolima cuando declaró que no era momento de hablar sobre lo que la hinchada pensaba.
Tal vez lo único que haya dejado en su paso por Nacional sea el aprecio de los jugadores, que de forma insólita le brindaron su apoyo irrestricto en todo momento, incluso al final, saliendo a respaldarlo en la que sería su última rueda de prensa. Lástima que esa afinidad nunca se haya traducido en buen fútbol en la cancha, quizás porque ni ellos, los jugadores, lograron entender a su técnico. Quizás él sea el único que se entienda.
"Lillo es el entrenador con más destituciones en menos tiempo": así tituló el periodista Óscar Sanz, del diario El País, un artículo en el cual reseñaba los cuatro despidos en cuatro años que había sufrido Lillo en Real Oviedo, Tenerife, Real Zaragoza y Real Sociedad. También salió por la puerta de atrás del Almería, Dorados de Sinaloa y Millonarios. Y con Nacional completó su espiral de fracasos.
Ahora queda para las directivas del club, comenzando por su máxima cabeza, el doctor Antonio José, pasando por la comisión técnica, y el presidente Andrés Botero, devolverle algo al equipo que demoró en construir durante cinco años y que se desmoronó en apenas seis meses.
Con la salida de Lillo no acaban los problemas de Nacional, pero es un paso necesario para intentar solucionarlos.