Maduro está llevando a la Guardia a un arduo dilema, casi que imposible. La vida y la historia enseñan que no puede haber orden con hambre.
El forcejeo que se viene dando en Venezuela hace ya varias semanas llegó a un punto muerto, y sólo se decidirá cuando uno de los dos bandos cometa el error garrafal que se espera y del cual no sabemos en qué consistirá. O se decidirá dicho forcejeo cuando alguien afloje por físico cansancio, pues todo pulso que tarde más de lo debido acaba resolviéndolo la fatiga.
En el caso aludido el quiebre parece estar en la esperada ayuda humanitaria, a la cual el presidente Maduro anunció cerrarle el paso. Si pese a la dramática escasez de comida y medicamentos que allá se padece, ya extendida al país entero, Maduro no deja llegar la ayuda a manos de quienes la reclaman para sobrevivir, pues el hambre y la falta de medicinas (que afectan sobre todo a la gente excluida y no alineada con el chavismo) se ha vuelto ahora asunto de vida o muerte. Y con el hambre no se juega: la desesperación de quienes lo sufren no conoce límites. Amenazando nada menos que con la muerte, este flagelo, sin redención a la vista, conduce siempre a la violencia, que no se detiene ante nada, ni aún ante la cárcel o las balas, ya que, de todos modos, si no se enfrenta a tiempo y se calma, termina matando a sus víctimas y entonces el costo sería igual a la larga o a la corta.
Uno se pregunta entonces: si al ejército lo llevan en un momento dado a impedir que las madres reciban el sustento esperado para sus hijos famélicos y los hospitales las droga para los pacientes urgidos de ella ¿se atreverán sus oficiales a impedir que esa providencial asistencia venida de afuera, cualquiera sea su origen (aún la que ofrecen los gringos) llegue a su destino? Dudo mucho que en una situación semejante, insistiendo el gobernante en su perentoria orden, el ejército la cumpla cabalmente. Lo menos que cabría esperar ahí serían las grietas o fisuras que acaben socavando la disciplina y unidad del cuerpo armado, que es la base de su eficacia para preservar la normalidad. Con ello Maduro está llevando a la Guardia a un arduo dilema, casi que imposible. La vida y la historia enseñan que no puede haber orden con hambre. El instinto más primitivo del hombre, y de las masas con mayor razón, así lo enseña.
De todo ello se infiere, en fin, lo riesgoso que sería para los generales fieles al chavismo acatar sin titubeos la voluntad del sátrapa (hipótesis difícil de concebir en las circunstancias descritas) y para los mandos medios prestarse a ello y obedecer a ciegas sin reparar en lo que les espera luego, cuando todo indica que el régimen, lejos de completar su segundo, espurio período constitucional, de grado o por fuerza tendría que resignar antes. Si se obedece, el resultado equivaldría a una masacre, anunciada y advertida y que linda con el genocidio. Que la humanidad tarde que temprano sabría cobrarles a los responsables superiores y también a los intermedios que obedezcan a ciegas, sin reparar en el daño causado a sus semejantes.
Insisto en esta contingencia porque allí podría estar la clave o el desiderátum de la actual contienda. De lo que ocurra en este trance depende el desenlace del pulso por el poder que libran nuestros vecinos. En cualquiera de los casos, ganándolo o perdiéndolo, el damnificado, en términos de supervivencia política, será Maduro, y su entorno. Si insiste en trancar los víveres, malo. Y si afloja, el efecto es demoledor, pues lo que mantiene en pie una dictadura, del tipo que sea, es el miedo, la convicción, o la conciencia pública de que si cede está perdida aún antes de que le llegue su hora. Porque además la crucial ayuda humanitaria en comento es obra de la contraparte, el presidente Guaidó, que la tramitó y la ha convertido en su bandera para la actual coyuntura. El curso que tome la crisis, o mejor dicho, lo que Maduro se demore en caer, depende pues de esta encrucijada.