Ya es un lugar común afirmar que la juventud actual es la más educada de la historia, pero también es la que menos oportunidades laborales tiene.
En Colombia, la concentración del ingreso es directamente proporcional a la escasa movilidad social. La insatisfacción de las expectativas de los ciudadanos incrementa la frustración y la desconfianza, especialmente entre la clase media, que de tiempo atrás prefiere marginarse de las dinámicas políticas, contribuyendo con su abstención electoral al mantenimiento del estado de cosas (statu quo) vigente.
El modelo económico todos los días cobra nuevas víctimas. No puede decirse que el Estado arrebate dígitos a las cifras de pobreza, sino que el Estado, lejano e indolente, produce más pobres, ya que el nuevo orden mundial (neoliberalismo) lo despojó de su papel de promotor del desarrollo y de creador de empleo. Cada vez más el Estado actual se parece al de las monarquías absolutas anteriores a la Revolución Francesa, interesado solo en el cobro de impuestos para favorecer la corrupción y el clientelismo por la vía de los contratos.
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La estructura social colombiana parece tallada en piedra: es inmóvil y excluyente. El Estado solo sirve a quienes lo han captado (o capturado) para su exclusivo beneficio. Aunque en teoría hay que distinguir el Estado de las personas que ejercen el poder o la autoridad, (si queremos hablar de Estado moderno y democracia), en Colombia esta separación no existe porque hay una clase económica (empresas y gremios) que tiene el Estado a su servicio.
En 200 años de vida independiente, Colombia no se ha esforzado por construir una institucionalidad fuerte, que haga presencia en todo el territorio y que inspire respeto. Como consecuencia de la falta de Estado y de la insatisfacción de las expectativas, crecen el delito y la inseguridad.
Los subsidios económicos se usan para construir o fortalecer feudos políticos: las viviendas sin cuota inicial o las viviendas gratuitas, Colombia Joven, Familias en Acción, lo único que hacen es alimentar la inmovilidad y sostener la pobreza de quienes los reciben con más resignación que esperanza.
Los principales afectados por la ausencia del Estado son los jóvenes. El desempleo juvenil se expande como una epidemia. Ya es un lugar común afirmar que la juventud actual es la más educada de la historia, pero también es la que menos oportunidades laborales tiene.
Los platos rotos de la crisis del Estado los paga la educación. Según cifras del Programa Medellín cómo vamos (con datos de 2017), solo el 45 por ciento de los bachilleres de Medellín van a la Universidad. La desigualdad es pavorosa: 8 de cada 10 bachilleres de El Poblado, en el extremo suroriental, siguen estudios universitarios; en el extremo nororiental, barrios Popular 1 y 2 y Santa Cruz, la proporción es a la inversa: solo 2 de cada diez bachilleres pasan a la educación superior.
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En los barrios populares de la ciudad, la tasa de asistencia a la educación superior está entre el 21,19% y el 43,46%; en la comuna Laureles-Estadio es del 83.46 por ciento y en El Poblado es del 81.18 por ciento.
Algo no se está haciendo bien. La educación, que está llamada a cerrar la brecha de la desigualdad social, en nuestro medio la mantiene y la amplía.
Y queda una pregunta: ¿qué pasa con los egresados de la educación superior? ¿Cuál es la tasa de desempleo profesional hoy en día?