Estamos –como todo el mundo- inmersos en un sistema sanitario rigurosamente reglamentado e inspirado en una unilateral y errónea visión economicista
En toda actividad humana existe un antagonismo interminable entre el ser y el deber ser. Incluso en las ciencias, en los más rigurosos escenarios de objetividad y control de la observación de los hechos o de la realización de experimentos, sucede el error. Toda actividad humana es susceptible de falla, y por tanto, de mejoramiento. La historia de las aplicaciones de ciencia y tecnología abunda en la demostración del hecho sobre el que Popper llamó acertadamente la atención: es necesario contrastar, verificar; el conocimiento que nos proporcionan las ciencias es corregible.
En la vida diaria se escuchan iterativas quejas en lo que toca a la relación médico paciente: vivimos en un déficit de humanidad en este aspecto: “Esa doctora casi ni me miró, estaba concentrada en el teclado del computador”, “aquel doctor tenía mucho afán, sólo respondió a algunas de mis preguntas de modo seco y cortante”, “no me preguntó por los medicamentos que tomo o a mis otros problemas de salud…” Las tres frases anteriores puede decirse hacen parte usual de conversaciones familiares. Se escuchan estas quejas con mucha, con demasiada frecuencia.
Aproximarse al problema de la deshumanización, del enfriamiento de la relación médico-paciente, exige enfoques de envergadura conceptual: estamos –como todo el mundo- inmersos en un sistema sanitario rigurosamente reglamentado e inspirado en una unilateral y errónea visión economicista de las cuestiones de salud. Hay factores que no pueden desconocerse y cuyo impacto no se reduce al del escenario de Colombia pues son problemas universales: judicialización de la medicina, exigencias de una sociedad sometida a las fuerzas del consumo y a la más absurda confianza –un nuevo tipo de paganismo- en que la técnica es capaz de solucionar todo lo que sucede al enfermo. Adicionalmente, crece la realidad de la máxima complejidad técnica y el exceso de especialización en cuestiones que atañen al diagnóstico y a los tratamientos. La poderosísima industria farmacéutica no deja de tener su influencia en una visión fármaco-céntrica en la cual se magnifican síntomas para los cuales se llega a creer que existen manejos: “A pill for everything”, una píldora bastaría para solucionar toda dolencia, versión del siglo XXI de la panacea de los tiempos homéricos, paradójicamente convertida en caja de Pandora que disemina los males por la superficie de la tierra: su versión actual es la hiper-medicalización , el exceso de diagnóstico y la iatrogenia.
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Pero es también una realidad que el encuentro paciente-médico será siempre una situación protagonizada por personas concretas: el sanador-terapeuta y el paciente-enfermo, ser humano necesitado de una ayuda. Esto es posible y sucede en efecto, cuando entre estos dos protagonistas se da una relación de encuentro, de confianza, de reconocimiento mutuo de la humanidad que se expresa en ambos rostros.
En medio del actual panorama de deshumanización, aún continúa sucediendo el efecto maravilloso de la catarsis. La bella palabra griega Katharsis (purificación, alivio) tiene lugar realmente. Adicional a la probada efectividad de la intervención técnica a que ha llegado la praxis médica acontece el gesto acogedor, la disponibilidad a la escucha, la verdadera empatía -ponerse en el lugar del otro- y esto no ha perdido su peso hoy, aún en medio de la impersonal y masificada sociedad tecno-científica. Muchos hemos experimentado el alivio de ser escuchados por alguien receptivo y amable. El hecho de manifestar una honesta actitud de escucha alivia. La catarsis en efecto sucede, no es cuestión de computadores, de esotéricos conceptos fisiopatológicos, de cuantificación de parámetros anormales en los resultados de infinitas pruebas de laboratorio.
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Manifestar esta disposición de escucha, ponerse comprensivamente al nivel de la angustia de quien padece, ayuda a aliviar y a sobrellevar la carga del padecimiento. ¡Cuánto se merece cada ser humano paciente que al encontrarse con su terapeuta, encuentre allí también oídos dispuestos a escucharle en serio, a permanecer fieles al ethos de la terapia, a la razón de ser de todas las profesiones sanitarias! Tenemos que mirar la pantalla del computador, es inevitable. Tenemos severas restricciones de tiempo y de un ambiente helado: pero a la vez, la mirada honesta y cálida a los ojos del otro ser humano y el discreto apretón de manos, ayudan a efectuar y a mejorar una genuina relación sanadora.