Trataron de imponer la imagen de que entre Duque y Macías, y entre los dos poderes, el ejecutivo y el legislativo, y en el seno del uribismo, hay “dos líneas” antagónicas.
La oposición al gobierno del presidente Iván Duque comenzó su labor disolvente el mismo 7 de agosto. No había terminado la ceremonia en la Plaza de Bolívar cuando ya algunos jefes del derrotado santismo dictaban por teléfono la línea a seguir: dividir el campo de fuerzas políticas que regresan al poder.
La primera consigna fue denigrar el discurso del senador Ernesto Macías, nuevo presidente del Congreso, y alabar el discurso del jefe del poder Ejecutivo entrante. Trataron de imponer la imagen de que entre Duque y Macías, y entre los dos poderes, el ejecutivo y el legislativo, y en el seno del uribismo, hay “dos líneas” antagónicas.
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Lo que la revista Semana define como “la nueva oposición”, es decir las minorías dispersas que siguen a Gustavo Petro y el cascarón vacío que dirige Timochenko, trata de fabricar un espejismo: que las divisiones rondan el campo del nuevo mandatario Iván Duque.
En realidad, hay una sola orientación en la jefatura del Estado y ella fue expresada el 7 de agosto, paradójicamente, por ellos dos, por Duque y por Macías. En la Plaza de Bolívar hubo quizás dos tonos para decir las cosas, pero ambas voces, de peso político desigual, están sobre la misma línea. El presidente Duque ratificó los ejes centrales de su programa y mostró la coherencia que existía entre lo dicho durante su campaña electoral y lo que propone como jefe de Estado. Macías exploró el pasado reciente y Duque el futuro inmediato.
La izquierda teme no lograr nada si no quiebra esa unidad, sobre todo la que apareció de manera clara en la lluviosa tarde del 7 de agosto, entre el gobierno, el uribismo, sus aliados y el país en general. Las esqueléticas manifestaciones realizadas por Petro y Timochenko ese día prueban, por el contrario, que Colombia repudia a los aventureros y quiere trabajar en la reconstrucción del país con la gente seria.
La exaltada reacción de los santistas ante el discurso de Ernesto Macías muestra la importancia que ellos le atribuyen a la memoria o, más bien, a la anti-memoria, a la amnesia popular. Quieren que no haya inventario de lo que fueron los ocho años desastrosos de Juan Manuel Santos. Su objetivo es propiciar el olvido, para que los pactos secretos Santos-Farc queden en el limbo y no haya revisiones y la impunidad y la violencia continúen tan campantes.
Los petristas no salen de su rutina: pretenden que una minoría puede manipular la mente de las mayorías gracias a los rumores falsos, a las mentiras enormes, a la propaganda, a las amenazas y a los golpes de mano. Es lo que siempre hicieron las organizaciones subversivas. El 7 de agosto dijeron a su manera que no van a renunciar a tales métodos y mucho menos ahora que han perdido el poder.
Nadie debe hacerse ilusiones. Los elogios de ayer y antier al presidente Duque son factores de distracción: los dos blancos centrales de la oposición son el programa de Duque y el jefe del uribismo: Álvaro Uribe. El Farc-santismo quiere dictarle al nuevo gobierno una agenda, obligarlo a negociar sus medidas estratégicas. Todo con la disculpa de que deben velar “por la obra de gobierno del presidente Santos”, como lanzó el senador Barreras al abandonar precipitadamente la ceremonia de la plaza de Bolívar.
El tono moderado que empleó el presidente Duque el día de su posesión y su llamado a la unidad fue respondido por sus adversarios con anatemas e insultos, con bajas maniobras divisionistas. Ello mostró que las exhortaciones a “superar las divisiones de izquierda y derecha”, a llegar a “consensos necesarios”, carecen de sentido ante adversarios fanatizados. Insistir en una línea de “construir con todos” sin fijar con precisión los límites de esa política, será fuente de confusión y debilitará, en lugar de reforzar, la unidad del campo de gobierno.
Al recordar lo que fue el régimen santista, el senador Macías cumplió con un deber patriótico. Nos dijo que es importante defender la verdad, que las calamidades de estos ocho años no pueden ser soslayadas y que la nueva época de democracia que viene no cayó del cielo sino que es el fruto de combates intensos de las mayorías contra la opresión.
Al elogiar a Álvaro Uribe, el senador Macías jugó un papel que le corresponde: el de un parlamentario libre y consciente de lo que el país le debe al gran expresidente. Eso no lo pueden soportar los extremistas.
Estos muestran que siguen sin salir del molde perverso: el de un poder ejecutivo sin controles, un legislativo sin brillo y sojuzgado, un poder judicial al servicio de los amigos del poder. Con Iván Duque regresará por fin la sana división de poderes y el necesario diálogo entre ellos. La democracia no son sólo elecciones. Es, sobre todo, un sistema de derecho en donde los poderes públicos existen, son independientes y se auto limitan.
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El pasado 7 de agosto Colombia abrió otro capítulo de su vida republicana. ¿Será éste positivo y dinámico? ¿Iremos hacia delante? ¿Las dificultades actuales no frenarán el ímpetu reformista del nuevo gobierno? ¿Saldremos de una coyuntura negativa para entrar en la espiral virtuosa? Todo es posible. Nada nos impide ser, por el momento, optimistas.