La habilidad política de Ramón Jesurún hizo que convirtiera una crisis en la oportunidad perfecta para afianzarse como presidente de la Federación de Fútbol
Aunque durante varios meses se especuló sobre un relevo en la presidencia de la Federación Colombiana de Fútbol, esta semana la Asamblea de la Dimayor sirvió para empoderar más a Ramón Jesurún, quien hizo gala de toda su habilidad política para convertir una crisis en gran oportunidad. No solo fue ratificado como representante de la rama profesional del fútbol colombiano en el Comité Ejecutivo de la Federación, sino que se da por descontada su ratificación como presidente en la asamblea de agosto.
Fueron muchas las jugadas de ataque desde distintos sectores para tratar de moverle la silla, todas inútiles. Uno de los nombres que más sonaba para reemplazarlo era el del presidente de Santa Fe, César Pastrana, quien no solo no hizo lista aparte, sino que, junto con Jaime Pineda, fue anunciado por el propio Jesurún como su fórmula, dejando por fuera a Alejandro Hernández y a Jesualdo Morelli, cuyo periodo terminará en agosto, cuando seguramente se anunciarán nuevo cuerpo técnico de la Selección Colombia y nuevos proyectos.
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El dirigente barranquillero llegó a la presidencia de la Federación en noviembre de 2015, tras la intempestiva renuncia de Luis Bedoya, a quien también había sucedido en 2006 en la presidencia de la Dimayor e igual que él, logró mover los hilos de la región y es vicepresidente de la Conmebol, la Confederación Suramericana de Fútbol. Es un hombre cálido, mucho más cercano a la gente que Bedoya y tan hábil que no solo le hizo frente a la tormenta, sino que salió fortalecido de ella, aunque en el camino seguramente tuvo que aplazar planes y hacer concesiones.
De Bedoya Giraldo ya nadie habla. Es como si nunca hubiera tenido amigos en el fútbol, a pesar de haber ocupado las más importantes dignidades y haber hecho parte de esa familia tres décadas hasta mayo de 2016 cuando la Fifa lo suspendió de por vida luego de que hubiera confesado hacer parte del más escandaloso caso de corrupción en la historia de rentado profesional. Aunque su sentencia estaba anunciada para la primera semana de enero fue aplazada para el 6 de abril. Entre tanto, sigue colaborando con la justicia de Estados Unidos, a la que le aceptó haber recibido los sobornos y haber conformado una mafia con otros dirigentes de las federaciones de Ecuador, Chile, Paraguay, Bolivia y Venezuela. Es el único dirigente colombiano implicado en el proceso.
Pero está claro que mientras para los hinchas el amor por la camiseta mueve la pasión hasta lo más profundo, para los dirigentes es el dinero el motor. Y muchos motores han movido por las montañas colombianas los camiones de la Kenworth, negocio principal del paisa Jaime Alberto Pineda, dueño mayoritario del Once Caldas desde 2012 y a partir de agosto, nuevo integrante del Comité Ejecutivo de la Federación. Aunque casi desde que se hizo al control del equipo ha reclamado el apoyo de la industria y la dirigencia caldense y ha repetido su intención de vender el club, en lugar de salirse del negocio parece que decidió pasarse a las grandes ligas. Seguramente su hermano, con más raíces que él en Manizales, tomará su asiento en la presidencia del Once.
Llama la atención en toda esta novela que los equipos de Antioquia que son el 25% de la Liga, terminaron plegados como la mayoría al grupo monolítico que se afianzó para sacar a un hombre de trayectoria que representaba a la región como Alejandro Hernández. Aunque, está claro, más que intereses regionales son los económicos los que hacen mover el balón.
Muchas cargas se podrán ajustar de aquí a la asamblea, con mundial de por medio, derechos de transmisión, propuesta de canal premium y nuevos torneos, pero si no pasa nada extraordinario, Jesurún y Perdomo seguirán siendo las caras visibles del negocio del fútbol en Colombia. Ese negocio que mueve pasiones, vende camisetas, enciende televisores, nos lleva al estadio y nos ayuda a hacerle gambetas a otras realidades.
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