En términos concretos esta realidad se llama zapping: es la acción que hacen las personas de cambiar continuamente de canales y programas de TV. A primera vista esta práctica rutinaria no implica nada trascendental, pero cuando se toma en serio, permite leer de manera profunda una agonía que se ha apoderado de los hombres y mujeres de esta hora de la historia.
Uno de los síntomas que se ha establecido con fuerza en la sociedad contemporánea es la dependencia de la pantalla. Todo el mundo gira alrededor de lo que diga, promocione, afirme o niegue, el espectro de colores. Llegar a este punto es afirmar con actos, que al ser humano le encanta estar en estado lamentable de esclavitud. Se ha pasado de ser propiedad de alguien, a pertenecer por entero a lo que establezca la pantalla sin escrúpulo alguno.
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En términos concretos esta realidad se llama zapping: es la acción que hacen las personas de cambiar continuamente de canales y programas de TV. A primera vista esta práctica rutinaria no implica nada trascendental, pero cuando se toma en serio, permite leer de manera profunda una agonía que se ha apoderado de los hombres y mujeres de esta hora de la historia. La insatisfacción que viven las personas las lleva a cambiar rápidamente de todo en su vida, pues no encuentran nada que satisfaga sus profundos deseos. La acción normal que se hace con el control remoto, se vuelve hermenéutica existencial y social.
Ahora, el ser humano siempre se ha revelado contra todo lo que implique una disminución de su libertad (estructuras religiosas, políticas, culturales, sociales, académicas, etc.). En el fondo, la persona siempre quiere ser libre y hace lo que sea para conseguirlo. A medida que avanza en este objetivo, paradójicamente se fascina con la heteronomía, una realidad externa que limita y maneja su voluntad. En el caso presente, la pantalla es el nuevo Dios que les dice qué hacer. La humanidad ha salido de las formas tradicionales religiosas, pero parece que necesita ante quien hincarse.
El aroma que se combina entre un buen libro y un café, el encuentro emocionante con las personas queridas, la captación experiencial de la realidad, han sido sacrificadas al nuevo Dios: la pantalla. Toda dictadura exige sacrificios, los que sean y sin escrúpulos, para poder sobrevivir. Este primer sacrificio es la persona misma, que, despojada de su libertad, será un peón fácil de mover en las bajas pretensiones de otros. La pantalla y su velocidad de cambio constante es verdugo de quien la mira.
Ya lo había profetizado Guy Debord, vivimos en una “sociedad del espectáculo”. El mejor ejemplo de esta realidad es lo que vomita la pantalla cada día y que sus fieles adeptos esperan con ansias para llenarse. Ante esta situación decadente, y al no encontrar satisfacción, el ser humano espera inquieto, impaciente, desesperado, poder hallar alguna migaja de felicidad en el abanico amplio de posibilidades al pasar y pasar canales.
Haciendo una lectura rápida de la historia, hoy estamos mejor que en otras épocas. La ciencia, la medicina, la tecnología, sobre todo desde los últimos 500 años, han abierto posibilidades insospechadas para augurar un futuro mejor, pero al mismo tiempo, somos protagonistas de un hastío que se cuece todos los días en el interior de las personas. Este es el caldo de cultivo para la dictadura del zapping, tener adormecidos, cansados e inconformes a sus fieles creyentes, para que así puedan darse sin límites al programa de turno.
Todo este malestar general, es producto de no ser capaces de llevar la existencia a experiencias profundas, las cuales sean capaces de abrir el horizonte y permitir lecturas nuevas de la vida. La pantalla estrecha la capacidad de comprensión, limita las posibilidades y dictatorialmente establece una verdad. ¡Si lo dijo la pantalla, es así, créale! Esta es la expresión más alta de heteronomía del mundo posmoderno.
Finalmente, de la “sociedad del espectáculo” pasamos a la “sociedad del embrutecimiento”. El zapping es la mejor herramienta con la que cuentan los grandes productores de la industria de la pantalla, pues ante la desazón de no encontrar nada que dé estabilidad y profundidad a la vida, seguir pasando canales para encontrar alguna entretención, será el canto seductor de las nuevas sirenas, que como en tiempos de Ulises, cantaban para devorar a los navegantes. Quien sea capaz de soportar este canto, apague la pantalla y mire por la ventana, el mundo está aconteciendo.