Indudablemente hay una salida y es un gran aprendizaje de nación para ser capaces de tramitar las profundas diferencias conforme al derecho y en democracia.
Una sola generación no puede, muchas ya pasadas no quisieron y estos pantanos vienen de esas aguas. Esto es muy cierto tratándose de lo que las nuevas generaciones están viendo en materia política. Los jóvenes no están inmunizados y heredan odios y animadversiones de varios siglos. En mis clases ya no dudo en pedir disculpas por no solo aumentar el entuerto sino por no dejar las bases para superarlo. Colombia respira como un animal enjaulado, debatiéndose entre quienes no solo quieren seguir detentado el poder económico y político sino que también quieren seguir haciendo uso de la fuerza y la violencia como si no tuvieran ya otra razón para ofrecer; del otro lado puja por salir una nueva generación de las cenizas y no es que no practiquen el odio pues lo han destilado entre teorías de gran valor ideológico pero pobre rigor y dudosa dialéctica que impone destruir e incendiar para renacer de entre los restos humeantes.
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Indudablemente hay una salida y es un gran aprendizaje de nación para ser capaces de tramitar las profundas diferencias conforme al derecho y en democracia. Cuando hablo de aprendizaje por supuesto que hablo de educación y sobre todo hablo de cultura. La cultura entendida como información que transmitimos y creamos, modos de comprender y realizar la vida social es el camino para producir cambio hacia la convivencia pacífica. Cultura son los modos como nos alimentamos, por ejemplo, la manera como degustamos y disfrutamos, lo que preferimos y excluimos.
En la región del Suroeste antioqueño se han producido cosas de verdad poderosas. Indudablemente la cultura del café, el cultivo y comercialización no solo dieron lugar a una transformación del territorio con el surgimiento de unas poblaciones y unos pobladores con valores constructivos, de gran valor de supervivencia, sino que surgió la fuerza económica que permitió el desarrollo e impulso de la industria al generar las primera acumulaciones de capital significativas; y esos pobladores se convirtieron en un dinámico mercado de bienes y servicios que jalonó para siempre una Colombia que tuvo identidad ante el mundo, capacidad para gestionar y presencia internacional.
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Ha pasado mucha agua debajo del puente, es verdad, pero ese proceso de la colonización del suroeste y del sur de Antioquia transformó a la nación colonial y es un ejemplo valioso del poder del cambio cultural. El cambio cultural empieza muchas veces con pequeños emprendimientos, nuevas maneras de presentar, degustar y ser. Mi último viaje al suroeste rumbo a Urrao, tierra muy querida por ser la cuna de mis antepasados, me dio dos ejemplos; gente bella, gente joven dispuesta a crear y abrir posibilidades nuevas al café. En Concordia me encontré con el Café La Primavera, en Urrao con el Café Chiroso; en ambos una atención esmerada, deliciosas formas de servirlo y acompañarlo y esas formas de la degustación y el paladeo que le indican a uno que las esperanzas se pueden depositar en los jóvenes emprendedores que conjugan conocimiento, amor por su tierra y visión de futuro que no se amilana ante las dificultades.