Cuando nos expresamos de manera extremadamente agresiva o calumniadora hacia ciertas personas, o dañina para la sociedad en conjunto, esa libertad de expresión debe ser delimitada. Preocupa cada vez más, la aceptada presencia del discurso de odio en la retórica política y en la esfera pública.
En Cien años de soledad, esa novela fundacional y extraordinaria de Gabriel García Márquez, publicada en mayo de 1967, más exactamente en el segundo párrafo del capítulo primero, se lee: “La ciencia ha eliminado las distancias”, pregonaba Melquíades. “Dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa”. El realismo mágico de Gabo, es evidente: ahora, no sólo se puede ver; también se puede oír, casi que oler y tocar:
La idea de desarrollar una red de comunicaciones en el mundo, empezó a ventilarse desde los años 50; pero fue sólo hasta la década de 1980, cuando las tecnologías que reconoceríamos como las bases de la moderna Internet, empezaron a expandirse por todo el mundo. Ya en los noventa se introdujo la World Wide Web (WWW), que se hizo común. Así fue como la infraestructura se esparció por el mundo, para crear la moderna red mundial de computadoras que hoy conocemos como el Internet. Siempre hemos ponderado las ventajas de Internet y entendido que nuestro amado periodismo -en el mundo-, está obligado a migrar gradualmente hacia formatos digitales de manera flexible, creativos y con mantenimiento permanente y muy profesional, en general, hacia corpus digitales con capacidades especiales y riesgo de daños mínimos. Igual obligación pesa sobre la universidad tradicional, llamada a transformarse en universidad digital con mercado mundial evidente, so pena de desaparecer. Ni se diga de cientos de oficios, comportamientos, negocios y adelantos tecnológicos.
Transversal a todos esto, la comunicación: la manera de relacionarnos, la convivencia social, tanto en la tribu como en el planeta mismo, exige normatividad especial, con arreglo a la Libertad de expresión, entendida esta como el derecho a ser libres para expresar nuestros pensamientos u opiniones, y considerándose siempre que es un derecho humano y elemento fundamental de las leyes internacionales sobre los derechos humanos.
En este contexto, no deja de preocupar hondamente el uso que se le da a las redes sociales, en temáticas precisas como el bienestar digital, los modos en que somos conectados, los usos problemáticos, la expansión de los discursos de odio en las redes, el trolling y las posibilidades reducidas de construir un mejor espacio público digital. En nuestro medio, específicamente, es evidente en muchos internautas de redes sociales la intención de molestar o provocar una respuesta emocional negativa en usuarios y lectores con fines diversos, desde perversos, hasta el de alterar la conversación normal en un tema de discusión, logrando agredir al usuario y propiciando enfrentamientos entre sí o contra la institucionalidad misma. Distante aún de regulaciones y controles específicos, redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram, se han convertido en espacios de enorme agresividad e incitación a la violencia. Desde presidentes, expresidentes, personalidades, personajes oscuros y anónimos, o el simple hombre de a pie, han convertido las redes sociales en campos de batalla o lugar común para el odio, las posiciones extremas, fascistas, sexistas y abiertamente violentas.
Ante este panorama, es necesario precisar que la libertad de expresión no debería ser un derecho “absoluto” que se aplica en todas las situaciones sin ningún límite. Es un derecho que tiene que estar equilibrado con los derechos de otros, o con el bien de la sociedad en general. Cuando nos expresamos de manera extremadamente agresiva o calumniadora hacia ciertas personas, o dañina para la sociedad en conjunto, esa libertad de expresión debe ser delimitada. Preocupa cada vez más, la aceptada presencia del discurso de odio en la retórica política y en la esfera pública; la intolerancia y la xenofobia, no tienen freno alguno; entre tanto, las sociedades entran en el terreno del terrorismo sicológico, la inestabilidad emocional y el desconcierto social. Estos comportamientos, expresados ahora en formatos como vídeos, fotografías, memes y texto, entre otros, están pidiendo regulación urgente al uso de al menos las redes sociales. Para muestra, la sicosis colectiva de violencia y destrucción que hoy vivimos, producto del anunciado paro del próximo 21 de noviembre de 2019. Para concluir, es fácil recordar, ante la sicosis colectiva que ahora vivimos, el poema de Guillermo Valencia: … “Un airado fuego / entre sus manos trémulas palpita, / y sorda a la niñez, al llanto, al ruego, / ¡ruge la tempestad de dinamita! / ¡Son los hijos de Anarkos! Su mirada, / con reverberaciones de locura, / evoca ruinas y predice males: / parecen tigres de la selva oscura / con nostalgias de víctima y juncales”.