La mano izquierda no suele ser afín a la verdad y a la historia.
Quizás algunos comunicadores, periodistas y escritores recuerden una referencia bibliográfica de utilidad permanente y de repetida consulta para quienes tenemos que ver con la palabra en nuestra lengua castellana: Curso de Redacción (Teoría y práctica de la composición y del estilo) del profesor y periodista Gonzalo Martín Vivaldi, obra reeditada en muchas ocasiones a lo largo de los años. Este precioso libro de texto abunda en enseñanzas de aplicación concreta, válidas para quien de veras guarde amor y respeto por su idioma, por el lector y por la poderosa herramienta de la palabra. De uno de sus capítulos -42, Estilo y Estilística- se extrae este párrafo: “… el buen estilo literario –tal como aquí lo entendemos- ha de reunir una serie de cualidades que a continuación estudiamos: … la claridad, la concisión, la sencillez, la naturalidad, la objetividad y la originalidad”.
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Se encuentran ejemplos de buena prosa en las columnas escritas con la rapidez y la urgencia propias de la marea informática: con facilidad pueden pasar desapercibidos en medio de las turbulencia y pasiones de lo que se comenta en lo escrito al calor del acontecer de cada día, con el aturdimiento de los afectos desproporcionados que mueven simpatías y antipatías, amores y desamores, afinidades y repulsiones, presentes en el fondo y en el sub-fondo de cada lectura.
En el panorama local –quizás considerarlo académicamente sería un ejercicio para facultades de ciencias de la comunicación- aparecen brillantes y breves páginas cuya estatura intelectual y técnica las hace destacar. Un buen ejemplo puede ser una reciente columna de Rodolfo Segovia Salas, “Manos simbólicas” (Portafolio, 24 de Agosto 2017). El cartagenero recuerda la división entre derecha e izquierda originada en la tumultuosa asamblea revolucionaria de 1789. A la derecha se ubicaron los moderados que aún defendían una monarquía controlada por el marco constitucional. A la izquierda –victoriosos al final- se agruparon los radicales, regidicidas y contestatarios que conducirían la proclamada democracia francesa al baño de sangre de Robespierre y poco más tarde a la tiranía absoluta de Napoleón y al desbarajuste institucional de toda la Europa que el oficial corso, convertido en emperador, pretendió someter. Todo ello bajo el ideal de la igualdad democrática y liberal, hoy convertida en absoluto dogma en un occidente que al mismo tiempo clama por la tolerancia y el respeto al individuo, en incomprensible paradoja, como si no se hubieran vivido muchas experiencias de totalitarismos y absolutismos del cuño iluminista.
En el estilo (“ropaje del pensamiento”, “sello del espíritu”) que respira la columna de Segovia Salas pueden ponerse en evidencia las virtudes a que se refiere Martín Vivaldi. Adicionalmente a claridad, concisión, sencillez y naturalidad, la frecuente memoria de Segovia a su admirado héroe Don Sancho Jimeno –quien debiera ser reconocido con agradecimiento y genuina estima por todos los colombianos como digna figura para ser imitada- el valiente y honorable defensor de Cartagena de Indias ante los embates de piratas y saqueadores extranjeros-. El conocimiento y el respeto por la historia verdadera son también valores adicionales al sólido sentido estilístico de este columnista colombiano. Cuando reconozcamos –mirando un poco más allá del costal de anzuelos que representa la actualidad política-, la valentía y la integridad personal de algunos de nuestros propios y genuinos héroes, injustamente olvidados, podríamos fijar unas metas más claras para el futuro. Hay que tener en cuenta al carácter de Don Sancho, a don Blas de Lezo, a las epopeyas de Jiménez de Quesada y de Pedro Claver, a la visión de Mon y Velarde, y a la inteligencia de Mutis. A pesar sofoco de lo contemporáneo y lo doméstico no se puede dejar de ver el tesoro histórico sobre el cual se erige la nacionalidad. La mano izquierda no suele ser afín a la verdad y a la historia.