La verdadera tarea del gobernante es hacer ciudadanos construyendo in situ un nuevo tejido social a través de la integración de lo que hoy aparece disperso, ofendido
1.995 riñas fueron reportadas, mientras el servicio telefónico de urgencias de la Policía reventó. 54.000 riñas hubo en Medellín durante 2019. El 25 de diciembre Medellín estaba en llamas prácticamente y lo que había comenzado como la tradicional reunión de amigos y familiares para hacer un sancocho, escuchar música, bailar, esa doméstica y necesaria estampa de la convivencia ciudadana, con el consumo acelerado de licor y estupefacientes fue dando paso al aflorar de odios y rencores represados en cada personaje hijo, hija, primo, mejor amigo y el llamado de la tribu volvió a vencer a las normas, bien precarias por cierto de la civilidad, se escucharon a lo largo y ancho del valle los aullidos de quienes se habían extrovertido para recuperar el aliento de la bestia, la sangre corría, los perseguidos por las turbas que buscaban lincharlo corrían despavoridos huyendo de la muerte, los niños o se escondían o eran iniciados en estos ritos que la educación y la cultura ciudadana supuestamente habían logrado extirpar para siempre. ¿Para qué los grupos de asesores en conducta ciudadana y convivencia? ¿Para qué entonces las escuelas y colegios, las universidades? Cuando en la novela de Anif Kureihsi, El buda en los suburbios el padre que acaba de llegar de Pakistán a visitar en Londres a su hijo descubre que en el edificio de éste todos practican el amor libre, toman drogas y las calles están incendiadas por las peleas entre bandas, atracos, comienza entonces a desmoronarse interiormente, a darse cuenta de que será imposible para su espiritualidad comprender lo que este escenario de ruinas, de asaltos le ofrece como panorama cotidiano. Al final no regresa, se suicida. Es la barbarie nacida de la ausencia de aquello que Rousseau llama el pacto social, un acuerdo necesario de normas de convivencia. ¿No está sucediendo esto en las llamadas Comunas de las periferias a donde no está llegando la pedagogía ciudadana que crea urbanitas? Una ciudad se recupera frente al crimen organizado, frente a la extorsión, frente a las llamadas fronteras invisibles recuperando calle a calle el derecho a una vida de vecinos, creando la convivencia como valor de solidaridad, afirmando la unidad del barrio, recuperando los espacios públicos, incorporando al emigrante. ¿A quiénes les interesa crispar lo social, mantener la zozobra en las calles? “Un vecino estaba en su balcón, le dispararon desde la calle y lo mataron” “Abrió la puerta y recibió cinco tiros”, “Iba de regreso a su casa y lo mataron”.
El informativo digital que hora a hora da cuenta de estos crímenes cotidianos nos certifica la verdadera dimensión de este proceso de aniquilamiento de la convivencia ciudadana que está alcanzando cotas de inaudita crispación gracias a que las murallas que separan los distintos territorios se han hecho más altas impidiendo la transparencia o sea el derecho al libre desplazamiento por cualquier territorio, ahondando nuevas formas de desigualdad, entronizando nuevas formas de esclavitud, extendiendo el tugurio, la no-ciudad. La desaparición de un urbanismo integrador, de una política de renovación de lo construido, la presencia cada vez mayor de desplazados a los cuales se desconoce como ciudadanos en territorios sin ley ni orden, está creando un choque cada vez más evidente entre esos habitantes sin estatus de ciudadanos y las normas que reconocen en la ciudad oficial al ciudadano oficial, lo cual vuelve perentoriamente a recordarnos que la verdadera tarea del gobernante es hacer ciudadanos construyendo in situ un nuevo tejido social a través de la integración de lo que hoy aparece disperso, ofendido.