Cuando miramos un álbum de fotografías de Medellín de hace cincuenta años más que nostalgia lo que sentimos es curiosidad ante esas incipientes réplicas de la ciudad moderna en Estados Unidos o Europa,
Cuando miramos un álbum de fotografías de Medellín de hace cincuenta años más que nostalgia lo que sentimos es curiosidad ante esas incipientes réplicas de la ciudad moderna en Estados Unidos o Europa, el primer paso que, según nuestros urbanizadores debíamos dar para saltar del atraso a la órbita del progreso, para que desapareciera la aldea de casas de techo de paja, de mercadillos que despedían malos olores, de caños fétidos y sobre todo de habitantes de aspecto rústico, gentes descalzas, azotadas por las enfermedades gastrointestinales, por la mugre y la caspa, por la viruela y la sífilis. Barriadas invadidas por pulperías, por la proliferación de borrachos y de prostitutas. El ruido atosigante de una música rastrera que despertaba la agresividad y era la causante de infinidad de riñas violentas. ¿De dónde provienen, entonces, las imágenes de patios florecidos, de zaguanes, de salas iluminadas por el halo que rodeaba los retratos familiares? ¿Los ritos de las florecientes clases medias construyendo su propia ciudad? Hace unos pocos días Medellín crispaba nuestros nervios con su ruido, con los gritos de los conductores inmovilizados en los trancones del tránsito, con la visión repetida de un motociclista tirado en el suelo, acompañado del sonido de las sirenas de la ambulancia, el 26 de diciembre ese frenesí cesó. Por algo que soy incapaz de explicar tengo la sensación de que asisto a un deja vú. Pero la sangre es verdadera y el herido o el muerto son reales. Los trancones se repiten sistemáticamente destrozando la noción de tiempo-recorrido: ¿A qué funcionario se le ocurrió la descabellada idea de programar a la vez tantas intervenciones en las calles? Trato de enumerar la cantidad de cercos de color amapola que protegen una zanja, un montón de tierra y no puedo hacerlo porque el vértigo del tráfico trastorna mi cabeza y pierdo la cuenta. Puede ser que a un artista conceptual se le haya ocurrido la idea de intervenir in situ la malla de la ciudad para recordarnos que el espacio público se precipitó en el caos y las irracionalidades de los planificadores se están multiplicando. Y que la noción de territorios ha sido desmembrada porque los recorridos peatonales que podrían certificarlos, como en la antigua ciudad de las fotos, están interrumpidos por intervenciones hechizas y porque lo propio de una ciudad que se crispa es haber perdido el centro, la continuidad espacial. En medio de una larga cola de vehículos la movilidad se ha histerizado.