Puede hablarse hoy de que esas otras ciudades dentro de la ciudad están en guerra abierta contra la ciudad como lo comprueba la inseguridad creciente.
Cuando hace treinta años la ciudad comenzó a ser el escenario de esa mayúscula pesadilla que fue la violencia del narcotráfico, las autoridades de entonces al inicio de esta violencia recurrieron al fácil sofisma de que “no había de qué preocuparse ya que esos crímenes eran entre bandas rivales y por consiguiente el ciudadano nada tenía que temer”. Rápidamente la espiral de crueldad y sevicia nos comprobó que no era cierta esa disculpa ya que rápidamente los derechos del ciudadano fueron descaradamente atropellados. Me refiero al derecho a circular libremente, al derecho inalienable a vivir sin temor, al derecho a la vida comunitaria. El ciudadano fue abandonado a su suerte ante la desmedida capacidad de intimidación de las fuerzas del mal, desaparecieron el espacio público, la cultura de la noche, en una medida tan trágica que nunca, en la aparente paz que siguió, fuimos capaces de hacer la crítica sobre el significado de ciudad, sobre lo que el sufrimiento de las familias destrozadas supuso hasta convertirse en cicatrices que cada ofendido disimula con ese pudor que caracteriza al justo. La mayor tarea que cumplir por parte del Gobernante de una ciudad no es otra que la recuperación de los espacios para la vida cotidiana pues es desde la vigencia del intercambio social desde donde podrán cobrar significado los planteamientos sobre planificación, esparcimiento, educación ya que solamente así tendrán justificación también las obras públicas y podrá pensarse en enfrentar debidamente a la nueva patología social. Esto supone la tarea de derribar las murallas que se oponen a la pluralidad social, a la existencia de una ciudad mestiza, recuperando la intensidad cívica de la vida agredida de la comunidad y oponiéndose al terror que se ejerce contra la ciudadanía. Es lo que llamamos un proyecto urgente para una ciudad más compleja, más desgarrada, brotada de la presencia de distintos actores ya que lo que puede venir con las nuevas agresiones al territorio urbano es lo que Loic Wacquant señaló en sus extraordinarios estudios sobre el gueto o sea el hecho palpable de que los guetos se han consolidado como “otras ciudades” respecto a la llamada ciudad del progreso y de este modo muchos de estos territorios permanecen bajo la autoridad impuesta por las organizaciones criminales e incluso puede hablarse hoy de que esas otras ciudades dentro de la ciudad están en guerra abierta contra la ciudad como lo comprueba la inseguridad creciente. ¿Qué podría suceder en una tierra de nadie determinada por las fronteras invisibles y bajo la economía impuesta por estas organizaciones? Es lo que Bernardo Cechi califica como la “injusticia espacial” que en nuestro caso se expande, además, por las terribles desigualdades que crean las alianzas del dinero del narcotráfico con la nueva especulación inmobiliaria, lo cual supone la fatal desaparición de la posibilidad de controlar y racionalizar el crecimiento desmedido, las invasiones dirigidas, mientras silenciosamente se tugurizan calles y espacios de la ciudad tradicional que al carecer de protección son infiltrados por estos nuevos y desafiantes poderes. ¿Han visto desde el aire el anillo de miseria que rodea a la Cartagena turística? ¿Han visto la miseria y la exclusión de Ciudad Bolívar? ¿Han visto la apabullante miseria del Terrón Colorado caleño? Bajen la mirada porque todo lo que rodea a Medellín son estas ciudades secuestradas y para siempre en obra negra. Por esto las publicitadas “obras de progreso” no pasan de ser maquillajes puntuales.