Ya habrán leído por ahí que en español tenemos cerca de 4000 arabismos, es decir, palabras que nos regaló la impresionante cultura árabe.
Esos nombres genéricos que acompañan a los nombres propios de regiones, de accidentes geográficos o de vías se escriben con minúscula inicial. La ciudad de Medellín, el río Cauca y la calle (de) San Juan. Como ven y hemos conversado aquí, ciudad, río y calle llevan iniciales minúsculas en estos ejemplos.
Pero resulta que algunos de estos nombres incluyen el genérico dentro del nombre propio. Mejor dicho: la capital de los Estados Unidos Mexicanos, más conocidos como México, es Ciudad de México, y “Ciudad” forma parte del nombre propio, según su Constitución Política.
Pero la capital de la República de Panamá es Panamá, la ciudad de Panamá, así como ciudad de Medellín o ciudad de Lima. ¿Cómo sabe uno si el genérico forma parte o no del nombre? Los nombres oficiales de las naciones están escritos en sus constituciones políticas. Es una forma de averiguarlo. Hay otra: yo digo “Juan se fue de vacaciones a la ciudad de Medellín”, no “a ciudad de Medellín”. Pero sí puedo decir “me voy de vacaciones a Ciudad de México”. La fórmula no es infalible, pero cuando suene raro sin el artículo “la”, muy posiblemente “ciudad” no forme parte del nombre propio, que es lo más normal.
De esas que casi nunca usamos
Diostedé. Es el mismo tucán. En algunas regiones se le llama diostedé porque su canto suena, dicen, como esa secuencia lógica de palabras.
Curiosidades del idioma
Ya habrán leído por ahí que en español tenemos cerca de 4000 arabismos, es decir, palabras que nos regaló la impresionante cultura árabe. Y es cierto, poco más o poco menos, aunque el Diccionario de la lengua española incluye unos 1300, dicen los que saben. Muchas de estas palabras empiezan por “al”, que es la adaptación de un artículo árabe (artículos nuestros son, por ejemplo, “la” y “el”), pero no todas: adobe, matraca y tabique son también arabismos.