En la ciudad abandonada a su suerte rápidamente se borran las fronteras entre la civilización y la barbarie: no hablemos de las Comunas donde la locura vial no es registrada por las autoridades, donde la extorsión, el pillaje redondean esta visión
En sendos artículos llenos de rabia disimulada señalan Juan Gómez Martínez y J.J. García Posada el caos imperante en las calles de esta ciudad en donde reina abiertamente la ley del más fuerte y en donde los valores cívicos han desaparecido por completo y como en una distopía de Jim Ballard las calles aparecen invadidas por conductores y conductoras frenéticas que no tienen ningún escrúpulo en abandonar sus vehículos en un semáforo, en obstruir el tráfico mientras se bajan a comprar algo. Parquean a ambos lados de manera que la calle se convierte en un espacio inhóspito para el derrotado peatón. La idea de que las cámaras bastan para ordenar el tráfico urbano no es cierta, ya que se limitan solamente a dar inmensas ganancias a los particulares que monopolizan las sanciones mientras el ciudadano que debe sufrir estos trancones, crónicos ya, levanta su voz de protesta al darse cuenta de que las prometidas y necesarias soluciones que la tecnología nos daría se han incumplido y lo que escuchamos es un ruido de fondo que es nada menos que el tam tam de aquellas feroces tribus que perturbaron nuestro sueño en las películas sobre la jungla urbana en los años 40-50. ¿Quién manda en las calles ante la comprobación de la total ausencia de la autoridad? Pánico en las calles, el film de Elia Kazan de los años 50 radiografió con maestría la violencia que comenzaban a vivir las ciudades modernas. Un emigrante asesinado en un juego de póquer entre delincuentes tiene la peste negra la cual se podría contagiar a millones de personas si no son localizados a tiempo a estos delincuentes. La peste negra asoló las ciudades medievales diezmando terriblemente a la población europea. En El séptimo sello el film de Ingmar Bergman el caballero aparece jugando cartas con la muerte a quien - como el inmortal Peralta de Carrasquilla- quiere distraer para que la peste se detenga. Es el desquiciamiento de una sociedad cuyos habitantes se transforman de repente en una versión actualizada de Invasión de los Zombies o de los muertos caminantes de Walking Dead: la dulce señora que en un trancón pierde la cordura y se transforma en una fiera que lanza insultos y amenazas, entre choques de vehículos, muerte de motociclistas, peatones agredidos, el sonar de las sirenas de las ambulancias. El futuro ya no es lo que era antes.
¿Cuándo podremos llegar a casa? Se preguntan los ojos aterrados de los niños y niñas, se pregunta el obrero o la empleada ya que los trayectos han prolongado exageradamente su duración. La corrupción se encarga de desprestigiar a la tecnología encargada de racionalizar el flujo vehicular pues en una pequeña glorieta una alcaldía anterior que había comprado cantidad de semáforos debió colocar ocho pares de estos cortando el flujo, creando la locura. Revisen calles y avenidas para que comprueben, caso de Las Palmas, que no hay peraltes, que los parcheos crearon peligrosísimos desniveles, dejaron promontorios, abrieron zanjas, borraron la franja de los peatones. ¿Dónde está la Veeduría ciudadana? ¿A qué se ha dedicado entonces la frondosa burocracia municipal? En la ciudad abandonada a su suerte rápidamente se borran las fronteras entre la civilización y la barbarie: no hablemos de las Comunas donde la locura vial no es registrada por las autoridades, donde la extorsión, el pillaje redondean esta visión de una ciudad que parece irremediablemente estar cerca de anularse. Amén