En lo que corresponde a número de procedimientos de cirugía estética, el país se ubica dentro de los diez primeros del mundo.
Si se plantea la pregunta sobre los fines de la medicina y profesiones afines, parece clara la aplicación de esta combinación de arte y ciencia con el proceso de la salud de los seres humanos. Sus diversas acciones y ámbitos de ocupación incluyen prevención, educación, promoción, curación, atención y práctica del cuidado y rehabilitación en los momentos de la mayor fragilidad existencial y física de las personas. A lo largo de la historia de la humanidad, desde los momentos precientíficos de las diversas civilizaciones, es necesaria e inevitable la presencia y la importancia del accionar de los profesionales de la salud en su dimensión de terapeutas. Occidente debe a la medicina clásica griega, del siglo V aC, su tradición médica, al igual que su herencia en lo que atañe a conocimientos como la estética, la historia, el arte, la política, las ciencias naturales y positivas, y las disciplinas teóricas, filosóficas y humanas. No se puede entender la tradición tecnológica de occidente sin las matemáticas o la geometría que heredamos de aquellos gigantes de los inicios de la cultura.
Al finalizar el siglo pasado en el Centro Hastings de Bioética se estudió a fondo el concepto de los fines de la medicina actual. Sin que ello sea fuente de sorpresa, de nuevo se consideran los rasgos esenciales enumerados antes: atención, cuidado, prevención, promoción de la salud, cuidado incluso, de los incurables. Esta es el alma, el ethos, del quehacer médico.
En contraste, se puede hacer una lectura sobre el reporte de la Isaps (Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética) y destacar del mismo algunos datos para Colombia, año 2016. Con 980 cirujanos plásticos se registran 82.428 procedimientos de cirugía de mama, 71.413 procedimientos de inyección de toxina botulínica y 47.314 de ácido hialurónico. En lo que corresponde a número de procedimientos de cirugía estética, el país se ubica dentro de los diez primeros del mundo: parece que estamos metidos a fondo en la carrera de la imagen corporal, del selfie, del narcisimo egocentrista y liviano. Miles de sanos quieren ser intervenidos para que después de ello parezcan más atractivos, a sí mismos y a los demás. Moda, medicina de deseos, consumismo, patrones de conducta, de apariencia y de exigencias sociales, en lo que parece ser una norma sobre el aspecto de las personas
Con razón autores con Lipovetsky o Bauman, críticos agudos sobre las realidades contemporáneas, llaman la atención sobre paradojas: en la época de la autonomía y de las libertades individuales, estas se utilizan para que las muchedumbres, creyéndose absolutamente autónomas y únicas, adopten las modas y posturas que una anónima pero implacable dictadura mercantilista va imponiendo como normales. Dietas, gimnasios, atuendo, costumbres, accesorios de moda, olores, opiniones, se van volviendo asombrosamente uniformes, dentro de la corrección política. Son expresiones de una sustitutiva liturgia, de unos rituales ejercidos de modo colectivo por unos nuevos sacerdotes de turno, investidos de un poder enorme sobre los demás: entrenadores, “influencers”, “coachs”, cirujanos esteticistas, motivadores, medios de comunicación.
Ortega y Gasset se refería a las masas, a seres humanos que son esencialmente iguales pero entre los cuales hay algunos mucho más iguales que otros. Paradoja en la cual cada uno de los tatuajes o de los jeans con orificios, artificialmente envejecidos y deteriorados, son lucidos como una adquisición única e indiferenciable por un ejército de consumidores de todos los estratos sociales obsesionados y uniformados en el gusto por lo original y diferente.
En este entorno hay que destacar el llamado a la reflexión sobre lo que se ha llamado “medicina de los deseos”, un capítulo que rompe con el sentido original de este aspecto de las profesiones fundamentadas en la tecnociencia y por supuesto, en una visión del sentido de la existencia humana y sus vicisitudes: ahora parecen estar al servicio de los usuarios-clientes que reclaman un paraíso artificial proporcionado por el poder hacer que satisface sus exigencias. ¿No hay aquí un efecto de comportamiento de rebaño? Algo que paradójicamente es también expresión de la pérdida de las dimensiones humanas más profundas, de la autenticidad y de la capacidad responsable de decir no ante ciertas presiones que son, de ello no cabe duda, externas a la iniciativa de la persona: son las fuerzas del mercado, de las modas y de quienes quieren ser o bien, sometidos a ellas, o bien, lucrarse de ellas, a como dé lugar.