La ciencia ha sido objeto de múltiples compromisos en el país, pero a cambio ha recibido más decepciones que herramientas o estímulos.
Esta semana estuvo en Medellín Manuel Elkin Patarroyo, tal vez el más destacado científico colombiano, quien recordó, entre otras cosas, que hace un cuarto de siglo la llamada “Comisión de sabios”, le recomendó al país que para esta época debería tener unos 25 mil doctores y más de 60 centros de investigación de prestigio internacional. Los doctores no llegan a 4 mil y los centros de investigación en lugar de haber crecido han decrecido, algunos como la CIB parecen luchar en una lenta y dolorosa agonía contra una muerte más o menos segura.
Pero no es precisamente una revelación. El país se ha acostumbrado a los anuncios y las promesas, a la expresión de sueños en materia de investigación, ciencia, educación y desarrollo, pero muy poco a la materialización o concreción de esas expresiones. Desde el discurso, todos parecen entender que la única posibilidad de desarrollo es la inversión en investigación, ciencia y tecnología, pero a la hora de aprobar los presupuestos lo olvidan.
No en vano el decano nacional de periodismo, Javier Darío Restrepo, ha insistido en que los anuncios no son, o no deberían ser noticia. La ciencia ha sido objeto de múltiples compromisos en el país, pero a cambio ha recibido más decepciones que herramientas o estímulos.
Que lo diga Patarroyo que ha recibido los más importantes premios internacionales y una treintena de doctorados honoris causa en el mundo, de hecho es quizás el colombiano que está más cerca de recibir un Nobel en esa área; mientras que en el país ha tenido que luchar cada peso para financiar sus investigaciones, sortear demandas y hasta amenazas contra su vida. Más que sueño, pareciera una pesadilla eso de investigar en Colombia.
Sin embargo, está a punto de comenzar un ambicioso programa de vacunación en África y sus artículos científicos ven la luz en las más importantes publicaciones especializadas del mundo.
Pero no son casos aislados, ni el de Patarroyo, ni el de la CIB, ni las recomendaciones olvidadas de nuestros sabios. Aquí nadie habla de las metas del milenio ni los ODS. Lejos están de ser un sueño compartido o un propósito colectivo. Es probable que en las calles y en los barrios, ni siquiera haya una idea vaga de lo que significan esos objetivos de desarrollo sostenible o lo que pudieran incidir en la vida cotidiana de nuestras comunidades.
Para seguir con los propósitos lejanos, podríamos hacer un alto en el camino y preguntarnos cuál será la evaluación que hará esta región de aquella visión que concertamos para el 2020. Sí, a menos de dos años, deberíamos tener indicadores claros de qué tanto somos “La mejor esquina de América; justa, pacífica, educada, pujante y en armonía con la naturaleza”.
Una visión que recogió el proceso de planeación y concertación social más importante de la región en su historia, pero que probablemente no logró concretar las acciones puntuales necesarias, tanto desde el sector público como desde el privado, para que desde la reconstrucción del tejido social hubiésemos alcanzado la competitividad que soñamos, con los niveles de equidad y sostenibilidad propuestos.
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Acciones que probablemente pudieron haberse armonizado con una inversión más constante, más decidida y dedicada, para la investigación, la ciencia y la tecnología. Postulados que parecen más cercanos a los anuncios publicitarios y de campaña que a las ejecuciones. Más próximos a la ficción que a la realidad, en un mundo en el que las historias fantásticas con las que crecimos, han quedado rezagadas por la realidad.
Sin embargo, justo es decir que a pesar de las adversidades y las indiferencias, en menos cantidad que la deseable pero al fin y al cabo en número importante, cada día en el país hay científicos que observan desde su área de conocimiento y se hacen preguntas para mover la frontera del saber y para proponer mejoras a la calidad de vida del planeta. Con Manuel Elkin Patarroyo y otros más, el conocimiento va corriendo sus límites impulsado desde un país en el que son paisaje, pero aun así no se desaniman.
No desmayar, no dejarse apabullar; es decir, persistir y perseguir los sueños, les recomendó Patarroyo a los cientos de jóvenes que se agolparon para escucharlo en un auditorio de la Universidad Nacional. Una recomendación que nunca es tarde para acatar.
@henryhoracio