No todas son malas noticias cuando se trata de matoneo, hay experiencias que conviene tener en cuenta.
Otra sería la realidad escolar si los colegios no estuvieran contaminados por la violencia y el propósito pedagógico en el que participan autoridades, docentes, familias y estudiantes, se concentrara en los retos asociados a la calidad y pertinencia del proceso formativo. Desafortunadamente, ese escollo de grandes proporciones que es el maltrato sigue haciendo estragos, en parte porque nuestro conocimiento de su realidad es limitado y las estrategias para enfrentarlo insuficientes.
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Las riñas sin mayor trascendencia décadas atrás cedieron paso al matoneo, tipificado como las manifestaciones de agravio reiterado, de diversa índole, entre estudiantes. Aunque no se trata de un producto importado, tal vez por haberse hecho más notorio en Estados Unidos, nos llegó con el nombre de bullying y se hizo parte del lenguaje diario al punto que es común escuchar a estudiantes hablar de él como algo que no necesita mayor explicación.
En medio de incesantes discusiones sobre cómo reducir los choques directos, de palabra u obra, entre alumnos, la irrupción de los teléfonos inteligentes propició nuevas formas de agresión entre ellos. A medida que se abarataban los dispositivos electrónicos, lo que en un inicio era privilegio de alumnos pudientes, se extendió luego a las instituciones educativas de comunas y barrios populares. La ampliación de recursos agresivos propiciada por la tecnología sólo empeoró el problema. Al cibermatoneo le siguió el llamado grooming consistente en el acoso y abuso sexual favorecido por el uso de recursos tecnológicos. Nuevos ciberagresores vendrán seguramente en el futuro.
Hay que señalar, sin embargo, que ninguno de los comportamientos de los maltratadores se circunscribe al terreno escolar. Puede que allí se manifiesten, pero sus factores primigenios, como ha sido señalado reiteradamente, provienen de experiencias familiares conflictivas o disfuncionales que cobran forma en el colegio y corren el riesgo de extenderse hacia la ilegalidad en la adultez joven. Si revisáramos la trayectoria de los componentes de grupos delincuenciales, nos encontraríamos con integrantes en cuyo pasado está presente la práctica del matoneo.
Aunque provienen de una realidad muy diferente a la nuestra, recientes informes sobre la evolución del bullying en Estados Unidos ofrecen señales alentadoras que no hay que perder de vista. Según la doctora Claire McCarthy de la universidad de Harvard, el departamento de Educación de los Estados Unidos reveló que en 2007 el 31.7 % de estudiantes entre los 12 y los 18 años daba testimonio de haber sido matoneado. En 2015 la cifra se había reducido al 20.8%, una disminución del 30 %.
Hubo también reducción en el matoneo verbal y aumentó el porcentaje de alumnos dispuestos a comentar sus experiencias de acoso del 36.1 % en el 2007 al 43.1 % en 2015. Se atribuye estas mejoras a campañas educativas, uso intensivo de medios de comunicación y redes sociales en el ámbito escolar.
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Ahora hay mayor conocimiento del bullying, se trata de un comportamiento que debe terminar, es reconocible y se sanciona. No ha desaparecido, pero los avances en su disminución son significativos. Igualmente, las familias, maestros y colegios saben qué hacer evidenciándose un importante cambio cultural y, sin duda, una útil referencia para nosotros. Sin embargo, no se sabe los efectos que tendrá en la evolución del bullying el actual clima de intolerancia y discriminación prevaleciente en Estados Unidos.
Si allá se pudo, por qué no aquí, reconociendo las significativas diferencias entre EE.UU. y nosotros y poniendo la mirada no sólo en los fenómenos que afectan a las instituciones educativas sino también en la evolución de los factores familiares y del involucramiento de jóvenes en la ilegalidad. Estando en tiempos electorales y en discusión cómo hacer de Colombia un país en paz, la inclusión de estos temas en el debate entre las diferentes campañas presidenciales cae por su propio peso y se hace indispensable.