¿Qué hace que personajes como Bolsonaro en Brasil, con su discurso retardatario, sus malas maneras y su vulgaridad sin matices, sean capaces de persuadir a tantísima gente que, con su voto de aprobación, resigna en ellos la dirección de un país?
Para empezar por el principio, se ha dicho que la informática es “la ciencia que se dedica a estudiar el tratamiento de la información mediante medios automáticos”.
Es merced a la fuerza de los artilugios tecnológicos y de la “inteligencia” de los algoritmos, que la informática ha logrado el prodigio de sembrar en las mentes de los electores estadounidenses, por ejemplo, que Trump es el líder que ese país necesita. La dosis se repite con Bolsonaro en el Brasil y Duterte en Filipinas, para no citar sino tres ejemplos.
Personalidades tóxicas, indecentes, vulgares hasta el delirio, se convierten en ídolos de masas. Gobernantes mediocres, corruptos, incapaces, son definidos como los mejores.
¿Bajo qué extraño influjo o qué perverso acto de prestidigitación sucumben esos amplios sectores de la población, que son incapaces de ver el lado oscuro y la decadencia humana de aquellos a quienes erigen como sus ídolos?
No puede concluirse nada diferente a que esos sectores se han instalado en otra realidad, miran su entorno, escuchan, interpretan, ven cosas diferentes. Perciben de una manera distinta.
Joseph Weizenbaum quien creara en 1965 ese software de análisis del lenguaje que dio sustento a las computadoras “capaces” de dialogar con sus interlocutores (ELIZA), hizo una confesión escalofriante: “En lo que yo no había caído es en que incluso una exposición muy breve a un programa informático relativamente simple podía inducir un poderoso pensamiento delirante en personas perfectamente normales”
Honrado y ético el hombre, escribió en 1976 La frontera entre el ordenador y la mente. Nicholas Carr explica a propósito de lo aprendido en el libro que “lo que nos hace más humanos es lo que menos tenemos de computable: Las conexiones entre nuestra mente y nuestro cuerpo, las experiencias que conforman nuestra memoria y nuestro pensamiento, nuestra capacidad para las emociones y la empatía”. Para concluir: “El gran riesgo al que nos enfrentamos al implicarnos más íntimamente con nuestros ordenadores – al pasar por cada vez más experiencias vitales a través de los incorpóreos símbolos que parpadean, vacilantes, en nuestra pantalla – es el de empezar a perder nuestra humanidad, a sacrificar las cualidades que nos separan de las máquinas”.
Es el creador de ELIZA, el mismo Weizenbaum el que aconseja: “La única manera de evitar ese destino es tener la conciencia y la valentía de negarse a delegar en los ordenadores la más humana de nuestras actividades mentales e intelectuales, en particular, aquellas que requieren sabiduría”.
Esa delegación creciente es precisamente la que aprovechan organizaciones como Cambridge Analítica para instaurar falsas realidades, para manipular sin escrúpulos, para inducir a creencias, para desfigurarlo todo.
Instalados en esas “verdades”, electores y ciudadanos asumen que están tomando la mejor decisión, que están eligiendo al mejor dirigente, que la opinión que se han “formado” es la que más les conviene. Su pensamiento ha sido derrotado.
Mire nada más, a propósito de la bobada extrema, una valla de la pasada campaña presidencial que está circulando en redes, en la que se ven sonrientes e inocentes a Iván Duque acompañado de Marta Lucía Ramírez su vicepresidenta. Con letras azules destacadas el título del mensaje: “MENOS IMPUESTOS, MÁS SALARIO MÍNIMO”. Una franja roja ofrece el subtítulo: “Para un país solidario”. Firma el Centro Democrático.
Los titulares de prensa de esta semana muestran una realidad que refleja todo lo contrario: más impuestos y menos salario mínimo, pero la gente les creyó y los eligió.
Urge un Proyecto Humanidad