En la fe, la ascensión es bajando a la solidaridad ante el egoísmo, la equidad ante la injusticia, la verdad ante la mentira, y los derechos junto a los deberes.
A Jesús no le ocurrió nada que no fuera para bien nuestro, razón para que su muerte y resurrección la entendamos como el mejor bien para nuestra vida, la certidumbre que no vamos a morir sino a resucitar con Él. Cuando Pablo, recibió el bautismo como nosotros lo comprendió como una muerte al pecado que le permitía quedar libre del veneno que tenía la muerte. Eso es algo que no hemos entendido de nuestro bautismo que quedó en alguna parroquia y lo dejamos como “partida de bautismo” que nos sirve para alguna gestión que requiera “la partida”. A Pablo lo transformó el cambio del Espíritu por el bautismo: “Me amó y se entregó por mí”. Si sintieras esto en el corazón nuestra vida daría un vuelco total como la de Pablo, un laico normal como todos nosotros. El bautismo como muerte exige acciones interiores expresadas en signos exteriores: morir a la antigua forma de vivir para resucitar y ascender con Cristo a una nueva manera de ser y de vivir: “He sido crucificado con Cristo ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,19-20).
El crucificado fue Cristo y no Pablo, pero Pablo, como nos puede ocurrir a nosotros, había experimentado una crucifixión interior, una muerte interior; el antiguo Pablo había muerto y había nacido el nuevo Pablo. Morir y resucitar con Cristo son las condiciones para la ascensión y el medio para vivir con Cristo resucitado donde esta Dios.
Ascender es uno de los sentimientos más humanos por lo que lucha el hombre; la razón, subir, ser y tener más, ser conocido y reconocido, vencer dificultades de superar a los demás, la competencia para lograr un ascenso primero y luego vendrá el otro. Ascender es difícil, pero bajar es doloroso. Y que suma a lo anterior que Jesús haya subido al cielo y esto se puede llamar fiesta de Ascensión. En la muerte Jesús bajó para luego subir en la resurrección que le dio su padre-Dios. La Ascensión es otro regalo del bautismo porque indica metas más elevadas de las que el hombre se ha fijado, solo que en la fe, la ascensión es bajando a la solidaridad ante el egoísmo, la equidad ante la injusticia, la verdad ante la mentira, y los derechos junto a los deberes.
El culmen de la Ascensión del hombre está en el monte de la bienaventuranzas, Jesús sabe que nuestro cansancio no es de mirar arriba o hacia delante sino de fijar muestra mirada hacia abajo o atrás: “Galileos ¿qué hacéis ahí parados mirando al cielo? Este mismo Jesús que los dejó para subir al cielo, volverá de allí de la misma manera que lo vieron irse” (primera lectura)
En la Ascensión aprendemos a ser cristianos mirando al cielo, pero pisando bien la tierra. La vocación cristiana toma en serio el mundo, pero desemboca en Dios. La vida de la fe tiene una dimensión hacia arriba que ilumina con la luz de Cristo los misterios de la misma fe. Pero tiene también una dimensión hacia abajo que nos enfrenta con las realidades humanas como una tarea de responsabilidad. Por la Ascensión el cristiano puede hacerse hombre de futuro con compromisos presentes.
Un fugitivo de Vietnam describía, en términos de Ascensión, sus penalidades: Estuvimos errantes por el mundo buscando asilo, pero seguíamos creyendo en el sentido ascendente de la vida porque creemos en el amor de Dios.
La fiesta de la Ascensión además de ser una presentación maravillosa de lo que la fe nos enseña, y un aliento a nuestra esperanza, tiene que ser también un incentivo para nuestro amor a Dios y al prójimo que es lo que nos permite ascender.
Lecturas del ascensión del señor
Domingo, 24 de mayo de 2020
Primera lectura. Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (1,1-11)
Salmo. Sal 46,2-3.6-7.8-9
Segunda lectura. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,17-23)
Evangelio según san Mateo (28,16-20):
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Palabra del Señor