Las costumbres que han ido matando progresivamente el aire que respiramos, y los pulmones que lo inhalan, deben ser transformadas en acciones protectoras de la vida.
Los niveles peligrosos de contaminación registrados en cuatro de las ocho estaciones de monitoreo de la calidad del aire en el valle de Aburrá impusieron la declaratoria de alerta roja por los alcaldes de los diez municipios de la subregión, reunidos en junta metropolitana.
En tanto se admite que el 80% de las partículas contaminantes del aire son producto de la combustión de gasolina y Acpm, las alcaldías acordaron fuertes restricciones a la movilidad en vehículos a gasolina, como motos y carros particulares, así como los de Acpm: camiones y volquetas. También declararon, y ojalá cumplan, que intensificarán el control a los vehículos responsables de emisiones peligrosas, una acción tan fácil como postergada. El sábado se determinará el futuro de las medidas de restricción, ojalá no el fin de las de control.
La obligación de adoptar tan drástica disposición, inédita en Colombia, también pone luces rojas a las actuaciones de gobernantes que han eludido aumentar y mantener los controles a las emisiones vehiculares, así como a las fabriles, y que han dado la espalda a proyectos de sostenibilidad y protección de la calidad del aire madurados en el tiempo. Ya no quedan excusas para evitar la transformación del sistema público de transporte y es difícil encontrarlas para evitar la continuidad de Parques del río y el Cinturón verde metropolitano, espacios para la renovación ambiental y del espacio público en la ciudad.
La alerta roja es posterior al estudio de Calidad de Vida del Dane. Este revela que el valle de Aburrá supera por 7 puntos al país en tenencia de motos para la familia y está apenas dos puntos por debajo de la de carros. El crecimiento de uso de los vehículos particulares, y su presentación como un indicador de bienestar, sigue amenazando la sostenibilidad de Medellín y valle de Aburrá, además de la salud de sus habitantes.
Esta declaratoria crea conciencia de que la finalidad de las ciudades es cuidar la vida de sus habitantes y por ello es necesario acogerla con respeto. Pero no puede ser una mala costumbre que justifique comparaciones tan drásticas como la de #Medeijing con que activistas ambientales se quejan en redes sociales.