La minería y la tala los acorralan y desplazan de manera inclemente, ante la mirada –poco comprensiva y muchas veces fustigante- de una Sociedad y un gobierno que miran o tratan a esta difícil problemática, como algo de poca trascendencia y valor.
La minka o minga, es una antigua tradición que data de tiempos inmemoriales y que consistía en una convocatoria indígena, para realizar trabajo social y comunitario, ejecución de obras de utilidad común o, simplemente, cuando el colectivo indígena debía ayudar a algunos de sus congéneres, para la construcción de vivienda, el camino vecinal, el centro educativo, el tambo o centro de acopio, la cacería, u otras actividades afines a su supervivencia y bienestar común, como sus fiestas, sus actos fúnebres, etc.
Eso era en la antigüedad, porque en nuestros tiempos, las costumbres indígenas, al igual que las nuestras, han ido cambiando, no como consecuencia de la evolución de sus procesos culturales e idiosincráticos, como debió ser, sino casi siempre, por la fuerza de los hechos y la crudeza del injusto trato que esta importante población ha recibido, hasta el punto de que algunos de sus pueblos y etnias han desaparecido de su contexto territorial, inclusive extinguiéndose sus costumbres y tradiciones. La inmensa mayoría de nuestros pueblos nativos, han tenido que mutar sus costumbres primarias y modus vivendi, a las que les ha impuesto la modernidad y la entronización cultural forzada de nuevos modelos y prácticas culturales que los ha puesto por fuera de su contexto primigenio propio y los ha envuelto en la más deprimente y angustiosa situación de miseria cultural, política, social y económica.
Esa invasión idiosincrática a los pueblos indígenas, ha hecho que la tradición de la minga no sea como antes, para hacer obras y promover su riqueza y sus valores culturales, sino que tuvieron que empezar a utilizar esta ancestral práctica como instrumento de protección, para defenderse, y luchar por las reivindicaciones sociales de sus pueblos; defender, a toda costa, sus derechos y garantías a vivir en paz y ser respetados como comunidades autónomas, con derechos e independencia, según sus tradiciones y sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas.
Esas pacíficas comunidades indígenas han sido sometidas desde tiempos inmemoriales a las más tremendas injusticias, por parte de las nuevas civilizaciones de hombres y mujeres que han invadido, muchas veces a sangre y fuego, sus territorios, sometiéndoles y obligándoles a la realización de trabajos y actividades que van totalmente en contra de sus principios, creencias y valores.
Nuestro Proceso “civilizador”, acorrala cada vez con mayor fuerza a estas comunidades, obligándolas a tener que emprender incomprensibles e inadmisibles cambios en sus formas de vida, y afrontar la realidad que los sigue invadiendo sin freno alguno.
De El país de la canela, aquel maravilloso mundo natural, lleno de grandiosos mitos y leyendas, de legendarios guerreros y de hermosas y valientes mujeres; de inmensas riquezas minerales y medioambientales y de la gran cultura milenaria de que nos habla en varias de sus obras el gran escritor colombiano William Ospina, no queda nada.
Hay quienes, acudiendo a los sofismas impuestos por el invasor neoliberalismo que los rige y avasalla, sin controles reales y efectivos, dicen que ya a los indígenas se les ha dado mucho, ¿qué más quieren?, afirman, con arrogancia y sin ningún sentimiento de pena ni vergüenza. Como si no supiéramos que todo esto era de Ellos, que los territorios fueron su hábitat natural, que la madre natura y sus recursos han sido siempre sus fuentes de vida y que lo que se está haciendo, con la desmedida explotación económica, industrial y sin control de todos estos recursos, los está condenando definitivamente al exilio y a la extinción de lo poco que aún les queda. ¡Es increíble!
El gobierno les promete “lo habido y por haber”, pero nadie les cumple, a pesar de que sus derechos y propiedades fueron ya reconocidas por el orden constitucional vigente y el concierto internacional de naciones que aboga por los derechos y garantías de las poblaciones indígenas y raizales, no sólo en Colombia, sino en el mundo entero.
Las poblaciones indígenas han sido sometidas a los más inimaginables vejámenes, humillaciones y saqueos permanentes, bastaría leer al escritor citado o estudiar los procesos de conquista y colonización del país y nuestro continente, para tener que reconocer la gravedad de lo que ha pasado con las civilizaciones de nuestros mayores.
Hoy continúan en minga, invadiendo poblados y vías principales del país, buscando que se les cumpla lo que les han prometido hace mucho tiempo. Primero fueron por el oro, los metales y piedras preciosas que eran sus adornos; luego por la tierra y los ríos donde vivían y sacaban su sustento, a través de la pesca y la caza. Ahora, con el fracking y otras sofisticadas y nocivas técnicas de explotación –minerales, madera, oro, gas, petróleo, piedras preciosas, etc.-, van por el resto de lo que queda de la ya deteriorada riqueza natural y minera de nuestros bosques, ríos y territorios. La minería y la tala los acorralan y desplazan de manera inclemente, ante la mirada –poco comprensiva y muchas veces fustigante- de una Sociedad y un gobierno que miran o tratan a esta difícil problemática, como algo de poca trascendencia y valor.