El Fiscal tiene otra biografía que envidiaría José Fouché y de la cual da fe una larga y exitosa carrera de abogado y de político en la que se ha movilizado sin aduana entre los intereses públicos y privados
Es muy grotesca la imagen de una sesión de la Corte Constitucional convertida en batahola de posesos y a los magistrados con sus trajes de togado brincando como peleles de goma entre pupitres, paredes y techos, con los ojos brotados y enrojecidos, el cabello espeluznado, escurriendo babaza por boca y nariz, carcajeándose como guacharacas en concierto y despachando malparideces en lugar de sentencias constitucionales.
Pero es muy difícil evitar esa imagen si quien posee el máximo poder punitivo, el policía supremo, el Fiscal General de la Nación, refiriéndose al espionaje ilegal del cual son víctimas los magistrados, hace alusión, de refilón, al hecho de que, además, al menos uno de ellos está siendo víctima de hechicería. Si en verdad eso ocurre, como sugiere el Fiscal, la hechicería, en la modalidad de magia negra, sería un complemento a la sofisticada técnica de las chuzadas telefónicas. Y entonces es fácil deducir que la brujería sobre uno de los jueces supremos se ordena desde la celda de un delincuente rico o desde la oficina secreta de un conspirador oficioso y que el hechizo que se utiliza es el más común que consiste en chuzar con agujas un muñequito de trapo que simula a una persona a la que se le quiere hacer daño o atrapar su voluntad, porque parece más difícil el enyerbamiento. Y haciendo gala de esta deductividad que presume el máximo detective de la nación para inducir sospechas en la opinión, podría uno inferir que en esos subterráneos del poder delincuencial y político no se está chuzando uno sino nueve muñecos que representan a todos los miembros de la Corte.
Sin duda hay una gran diferencia entre la rudimentaria aunque ancestral técnica de chuzar muñecos para enloquecer o zombificar a las personas sometiendo su voluntad y su razón y la sofisticada técnica de instalar un software espía en un teléfono para monitorear mensajes de texto, llamadas, redes sociales o para rastrear su ubicación con el fin de chantajear y dominar a las personas. Y hay, por supuesto, diferencias en la verificación de la eficiencia de ambas técnicas que, en este caso, se mediría por la capacidad de interferir en las sentencias de la Corte chuzando muñecos simuladores o chuzando directamente teléfonos que usan personas de carne y hueso.
Por eso resulta extraño que un hombre que tiene excelsa formación jurídica positivista, que actúa públicamente con un radical pragmatismo y que es Fiscal de un estado jurídicamente moderno y además laico, deje la impresión de que se puede homologar la hechicería como un tipo penal. Y por eso cabe la sospecha de que ese suspicaz descache, no se presenta como indicio para abrir una investigación judicial, sino que se lanza al medio ambiente político como un expediente para inducir opinión. Sabe bien el fiscal, hombre de leyes y sagaz político, que insinuar brujería en las decisiones de la Corte puede ser inocuo jurídicamente, pero no lo es políticamente. Ni bobo que fuera.
Si NHMN solo fuera el hijo de don Humberto Martínez Salcedo, benemérito libretista, humorista y comediante de muy refinado, inteligente y aguzado sarcasmo, podría entenderse que la alusión a la hechicería es un chascarrillo, muy cachacón él, que le viene del maestro Salustiano Tapias, el personaje inolvidable que su padre representara con cuidadosa maestría en la famosa comedia “Don Chinche”. Pero no. El Fiscal tiene otra biografía que envidiaría José Fouché y de la cual da fe una larga y exitosa carrera de abogado y de político en la que se ha movilizado sin aduana entre los intereses públicos y privados con habilidad de volatinero e insaciable ambición todavía insatisfecha. Por eso, conociéndolo como lo conocemos, esa alusión a la hechicería para uno de los magistrados y extensiva a los demás, sin más explicaciones y soltadita con calculada socarronería, es un caminillo para embolatar la atención del público e inducir al descrédito de la Corte uniéndose al coro de los que huyen de la ley cuando no logran ajustarla a sus prontuarios.
Porque de paso, y haciendo gracias que no van con su adustez y aspereza, NHMN abre el espacio para desacreditar a la Corte constitucional ante una opinión siempre más dada a la magia que a la razón induciendo la idea de que si es desafecta con sus amigotes nacionales y transnacionales es porque los magistrados están hechizados, enyerbados o embarbascados y no merecen ninguna credibilidad ni visa para Disneyworld.
No me cabe duda de que algo anda muy mal en la seguridad jurídica si hay más de doscientos funcionarios de la rama judicial sindicados y presos por corrupción. Como tampoco me cabe duda de que esta coral del descrédito va más allá de los nefandos episodios de corrupción a la que han contribuido los que hoy la acusan, y va más allá porque compromete al estado de derecho, al estado liberal y al estado de bienestar tal y como están consagrados en las tres generaciones de derechos que contiene la constitución colombiana y de la cual la Corte Constitucional es guardiana, más allá de los magistrados que la conformen actualmente y de los muñecos que se chucen en las cárceles de alta seguridad y confort y en las oficinas oficiosas. Y, por fin, tampoco me cabe duda de que el actual gobierno gringo hace mella del descrédito de nuestra Corte socavando la soberanía jurídica y que poco honor le hacen a la dignidad de esa soberanía y a la majestad de nuestro estado de derecho nacional quienes lloran por un papel, siendo el mundo tan ancho.
P.D. Será que si a uno le quitan la visa para Estados Unidos, ¿no puede leer literatura gringa o escuchar Jazz?