El escritor Darío Ruíz Gómez revisa la obra del maestro Juan Goytisolo, quien falleció esta semana a sus 86 años. El autor es considerado una de las figuras literarias españolas más destacadas del siglo XXI, por ello recibió el Premio Cervantes en el 2015.
Los intelectuales son más propensos, señalaba George Orwell, al totalitarismo, que, la gente común. O sea a recibir órdenes y a convertirse en sumisos gregarios de cualquier tipo de fundamentalismo político o religioso. Al abandonar de nuevo España, hacia 1963 Juan Goytisolo, Premio Cervantes 2014, señaló claramente que lo hacía para escapar del lenguaje corrompido, de la retórica nacionalsocialista impuesta a los distintos medios de comunicación españoles, imponiendo una verdad única, impidiendo el lenguaje de la contradicción y no del dogma, de la controversia necesaria.
Goytisolo fue de joven, un novelista de éxito que llegado a cierto momento tuvo el valor de mirarse y darse cuenta de su error, mandó al olvido lo publicado y comenzó a hacerlo en una escritura de la responsabilidad frente al lenguaje. Con la aparición de Señas de identidad en 1966, la novela española se apartó del casticismo a ultranza -verdadera lacra histórica en manos de escritores de academias franquistas al uso de buenos gobernantes- y se volvió reflexión sobre la situación a que había abocado la guerra civil a una sociedad vencida, enmudecida, herida por el terror cotidiano.
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En Campos de Níjar, frente a la crónica de la España oronda y satisfecha de los triunfadores, al fatal casticismo que caracterizaba a esos AzorÍnes sin imaginación estética, mostró la adolorida realidad de una España miserable donde las tierras resecas, el sol implacable restallando sobre las familias de eternos olvidados, necesitaron de una prosa directa para describirla bajo una mirada donde la denuncia estaba acompañada de compasión y de amor hacia estas gentes ignoradas por el proceso del llamado progreso material y para escuchar en esas voces una inolvidable y necesaria experiencia del lenguaje esencial.
Para entonces, las represiones de los alzamientos de Budapest y Praga sofocadas por el ejército soviético mostraron a las conciencias libres del mundo la verdad sobre la horrible dictadura del comunismo. Juan Goytisolo enfrentó la ira del estalinismo defendido por Santiago Carrillo, la Pasionaria y supo, hacer frente a la internacional de los intelectuales que, ya desde entonces proclamaban la Paz y no la libertad, y defendían entonces la vergonzosa dictadura de los hermanos Castro.
Lo que queda
¿Qué queda hoy desde el punto de vista creativo de esta intelectualidad borrega, de esos intransigentes comisarios políticos que mostraron su insania en el caso Padilla y lo han venido haciendo en Colombia abiertamente para ocultar su mediocre producción intelectual?
Al confesar públicamente su homosexualidad al igual que Jean Genet no se quedó enclaustrado en una literatura gay, una literatura narcisista de género, sino que siguió comprometido abiertamente con las causas de los pueblos oprimidos y en este sentido sus ensayos sobre la cultura musulmana, se convirtieron en un aporte fundamental para derrumbar la intolerancia sobre esa cultura y redescubrir un legado único que ya las investigaciones de Richard Burton habían puesto de presente en Inglaterra.
En su desafío a esa medianía disfrazada de modernidad, a la nueva cultura de casino, – tal como la denominó en su tiempo, Antonio Machado -, la desmirriada versión a la española de la Sociedad del Espectáculo, sólo Luis Cernuda se reconoce contemporáneamente como un precedente moral, tal como si vislumbrara por adelantado la farsa mediática en que se convirtió la llamada Transición hacia la democracia, esa zarzuela de enriquecimiento de una nueva casta, a costa de las clases sociales más desprotegidas, el envilecimiento del lenguaje bajo las leyes despiadadas de la visión de la cultura como mercancía.
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Una muestra de su independencia la dio hace dos décadas cuando siendo columnista del periódico El País , en ese entonces del Grupo Polanco, denunció la irresponsabilidad del suplemento Babelia, tomado religiosamente como canon por muchos ingenuos, ya que desconocía a los escritores editados por fuera de Alfaguara y Santillana: “Antes había una censura política, hoy es más comercial y más terrible porque cuando los editores piensan que una obra no va a vender más de 2000 ejemplares, no vale la pena editarla y con su criterio perderíamos la mitad de la mejor literatura”, dijo entonces. Nadie ha calculado aún el daño que este concepto deformado le ha hecho a la narrativa latinoamericana fabricando cada semana, como lo acaba nuevamente de recordar Javier Marías, genios de literarios de ocasión cada quince días.
Goytisolo novelista, polemista, profundo ensayista capaz de ser contradictorio consigo mismo es quizás después de Octavio Paz, el último representante humanista que desde su libertad conquistada frente a las alianzas entre la mediocridad cultural, la hipocresía y el fariseísmo de una izquierda que terminó sucumbiendo al mesianismo, cayendo en manos de populismos de toda pelambre, ha sido hasta su muerte un ejemplo solitario bajo la catástrofe de la actual política española abocada al parecer a caer de nuevo en la irracionalidad.
Como recuerda San Juan de la Cruz las condiciones para “ser un pájaro solitario” exigen la renuncia al falso reconocimiento de las multitudes. Esto es lo que ha hecho Goytisolo, sobre San Juan escribió páginas luminosas, en Cervantes se ancló para responder a su responsabilidad ante el lenguaje, fue la conciencia de la voluntad de la forma en la novela no como ruptura falsamente vanguardista sino para reconocerse en una tarea carente de reposo por su dimensión. Sin paz en su tumba.