Al nacer, Israel contaba con apenas 800 mil habitantes que llegaron de múltiples rincones del mundo, algunos por convicción, y otros obligados.
Los sonoros altibajos de las sirenas se oirán en estos días durante dos largos minutos para anunciar los 72 años de Israel como miembro reconocido de la comunidad internacional.
Conducirán, primero, a recordar a los miles de veteranos y jóvenes soldados – de ambos sexos – que entregaron la vida en defensa de este país cuyas reducidas dimensiones geográficas contrastan con su larga historia. La imprevista invasión del covid-19 veda en estos días a múltiples familias la posibilidad de peregrinar a parques y cementerios donde 23.816 víctimas de duras guerras hoy descansan. Son recordados en la intimidad del hogar y en la sala de los hospitales, aunque no pocos se rebelan e imponen sus propias normas saltando las rejas de los camposantos. Han resuelto enfrentar con lágrimas y multas las rígidas sanciones.
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Y después del luto colectivo aparecerán moderados signos de alegría para señalar que, a pesar de conflictos y guerras, la vida al cabo se impone. Al nacer, Israel contaba con apenas 800 mil habitantes que llegaron de múltiples rincones del mundo, algunos por convicción, y otros obligados. Hoy supera los nueve millones – un décimo de ellos son niños de 0 a 4 años de edad – en un territorio que apenas cubre la mitad de un país centroamericano. La quinta parte de su población es musulmana y comparte niveles de vida y presencia política que no se conocen en países vecinos.
Serán en suma 72 años y una amplia historia que obligan a preservar el goce de la vida más allá de oscuras pandemias. Al cabo, aviones israelíes surcarán los cielos con el saludo de las multitudes y para sorpresa del covid-19. Festejarán otra victoria de la condición humana.