Se anticipa que las manifestaciones públicas – de momento equilibradas – asumirán signos de violencia en los próximos días.
El rápido ascenso del número de muertes y de afectados por el covid-19 ha obligado al gobierno israelí a tomar severas medidas a fin de ponerle algún freno.
Los llamados a la población dirigidos adoptar medidas elementales con el fin de evitar la proliferación de los contagios no han tenido éxito. El público que toma parte en los espectáculos ofrecidos por cines y teatros, las masas que acuden a las playas, los creyentes en las sinagogas, los pasajeros en trenes y autobuses: todos ellos han coincidido en ignorar las medidas elementales dictadas por las autoridades. Incluso ministros y políticos se cuentan en este irresponsable público. El resultado: el ascenso geométrico de las víctimas que hoy bordean los 15.000 casos, número importante considerando las modestas dimensiones geo-demográficas del país.
Por otro lado, también se eleva con rapidez el número de desempleados que apenas pueden satisfacer necesidades elementales. Penosa realidad que contrasta con la estructura de un gobierno que cuenta con 38 ministros que hasta hoy no se les ha ocurrido renunciar a parte de sus dilatados salarios.
Cabe agregar que el cierre de los aeropuertos implica entre otros resultados la quiebra de la empresa aérea El Al. Sin alternativas, el gobierno deberá hacerse cargo de ella cuando hoy apenas cuenta con recursos.
En estas circunstancias se anticipa que la desocupación abierta comprenderá a un cuarto de la población activa que no aceptará pasivamente esta condición. Se anticipa que las manifestaciones públicas – de momento equilibradas – asumirán signos de violencia en los próximos días.
Un oscuro panorama que no excluye ascendentes posibilidades de un violento choque militar en la frontera con Gaza. Perspectiva a la que se suman las crecientes y filosas tensiones entre Teherán y Jerusalén que pueden conducir a la activa presencia del arma nuclear en el Medio Oriente.