La novela de la segunda mitad del siglo XX es de crudas realidades sociales, expresadas en un lenguaje recio, testimonial y desgarrador.
La novela de la segunda mitad del siglo XX es de crudas realidades sociales, expresadas en un lenguaje recio, testimonial y desgarrador. Por ello, entre sus materiales están las duras pruebas existenciales, no siempre vencidas, y el documento sociológico; novelas que, según el crítico Andrés Amorós, sostienen un difícil equilibrio entre literatura de creación y documento sociológico:
Oscar Lewis, profesor norteamericano, expone en su novela-documento: Los Hijos de Sánchez, sus investigaciones sobre la vida diaria de los Sánchez, una familia de la clase media pobre, de la capital de México, y afirma en el prólogo que todo el libro es transcripción de cintas magnetofónicas.
Dicha familia está constituida por el padre, Jesús Sánchez, y sus cuatro hijos (huérfanos de madre) Manuel, Roberto, Consuelo y Marta. La obra está dividida en tres partes, además del extenso prólogo que es, en realidad, un ensayo sociológico. Su técnica es la de autobiografía múltiple.
Primera parte:
El padre habla de sus hijos y de su propia vida: trabajo, sexo, poco amor por los hijos, mucha preocupación externa por ellos.
Luego, los hijos inician su relato, cada uno por separado, mirándose hacia atrás, en su niñez.
Segunda parte:
Se repiten los relatos de cada uno de los hijos respecto a su vida de adolescentes.
Tercera parte:
Hablan de nuevo los hijos, en el mismo orden, convertidos ya en adultos –aún jóvenes- llenos de frustraciones, recargados de experiencias, cansados de todo.
Y cierra el libro, el relato del padre: siempre, el desapego por sus hijos, las mismas querellas; pero, asido a lo único que para él tiene sentido como jefe de familia: el pan de los hijos, aunque falte paz, amor, comprensión, interacción hogareña.
Hay un doloroso aspecto: la incomunicación entre ellos, ni como hermanos, ni como hijos con su padre; ni, al menos, como seres humanos.
Es notorio cómo la mente de cada uno de los hijos de Jesús Sánchez registra casi en forma mecánica, todo cuanto ha cruzado por su vida.
El mundo interior y el exterior se interfieren, se fusionan y constituyen una vida humana fatigante, compulsiva y llena de vicisitudes. Vidas que desde muy temprano estuvieron marcadas por tres grandes y conflictivas acciones: sentir, sufrir, amar…
Los hijos hombres son producto de la calle: esa mezcla inmisericorde de deseos, envidias, desdenes, amor, sexo, odio, injusticias sociales, abandono, todo lo cual constituye un dogal del cual no pueden liberarse.
El padre es a la vez, tierno y viril, pero no hay en él verdadero amor. Un padre que marca desastrosamente a sus hijos con sus expresiones humillantes y, casi siempre, perversas.
La madre surge en el recuerdo de cada hijo, y siempre está caracterizada por una sencillez y ternura elementales.
A partir de la muerte de la madre, cada hijo toma conciencia del sufrimiento, y el padre, sabe de la soledad interior, aunque esté rodeado de mujeres.
Estas historias no son propias de los Sánchez; siguen ocurriendo en cualquier sitio de América o del mundo.
Oscar Lewis avanzó en la crónica etnográfica a partir de sus investigaciones en comunidades populares de México.
En 1967, esta novela del payanés Víctor Aragón, fue presentada al concurso por el Premio Literario “ESSO” (premio colombiano que nos hizo conocer una muy buena literatura y que en aquel tiempo premió a valiosos escritores jóvenes).
Víctor Aragón es un escritor como lo pide André Maurois: “El estilo debe transparentar la garra del autor”.
Los impresionantes y profundos pensamientos están expresados con dignidad y vigor de convicción. Obra escrita para todos los que, desprevenidamente penetran en la literatura. Es la producción de un intelectual que piensa que si la novela ha de tener algún porvenir, el autor debe buscar algo en dirección a la inteligencia.
El autor se vale de sus sentimientos y recuerdos y de las realidades vividas; cuando va distribuyendo expresiones y pensamientos entre sus personajes, los va ya modelando. Y el primero de ellos, es “el doctor”: será él quien anude toda la trama de esta novela, y quien asista a todos los acontecimientos.
En un lenguaje rotundo, fustiga sin contemplaciones a las “rancias” sociedades, a la política, a la personal interpretación que de la religión tienen algunos implacables inquisidores, que la convierten en bandera de combate. Las actitudes son el resultado de una serie de falsos cristianismos, que presiden y rigen la vida de una provincia colombiana.
Cristianismos sostenidos por personas que parten de ideas distorsionadas, como son: su propio valer como católicos, el valor del otro según su personal modo de juzgar, el culto a Dios según les convenga, el concepto “acomodado” de: sociedad, amor, sexo, progreso, libertad individual, etc.; conceptos que presionan y falsean el comportamiento de un buen ministro de Cristo, hasta hacerlo idolátrico, porque todos los fanáticos que le rodean, lo llevan más allá del justo límite, y lo consideran como el único; ese sacerdote, que ha perdido el rumbo a causa de la importancia que da a las desmesuradas alabanzas, es el “Padre Policarpo”.
Y él -igual que doña Cecilia y su parentela de chismosas y mojigatas- ha olvidado los misterios y dulzuras de la vida interior. Todos supeditan la religión a la acción casi mecánica de perseguir a los otros.
En cuanto a la política, esta novela nos recuerda que aquella no es un campo del cual haya estado ausente el católico de cada época; un católico que piensa que es líder y está llamado a promover la vida de partidos y agrupaciones políticas, que devastaron hogares y segaron vidas con toda la saña de que fueron capaces. De 1950 a 1960, se vivió en Colombia, una pavorosa época de toxicidad moral, espiritual, religiosa, gubernamental, social…., la que seguiría repitiéndose….
Igual en el mundo universitario. Esta novela atestigua cómo en ese mundo se llegó a la quiebra de las consciencias por la injerencia de luchas banderizas, de estrecheces religiosas, que llevaron brutalmente a los jóvenes a padecer el olvido de sus derechos y obligaciones, y de su tarea de impulsar la dinámica de la sociedad…. historias que se repiten…..
Las experiencias presentadas en esta novela, hacen parte de la doliente historia de los colombianos. Historias de sangre y muerte, violaciones y corrupción que vienen asesinando el optimismo y la esperanza.
Expone, además, el autor, inquietantes ideas sobre el más allá, sobre el destino trágico de algunos personajes como: Susana, Adelaida, Eduardo, Laurita, la amada de Julián….
Cada personaje está creado con vigor y se mueve en la novela con autenticidad y naturalidad; pero, todos, invisiblemente ligados a la mágica figura de “el doctor”.
Muchas de sus expresiones conceptuales son golpes contundentes contra todo aquello que, para el autor, representa sordidez: mojigaterías, chismes, falta de sentido humano y compasivo, etc. Expone valerosamente todo cuanto un testigo puede decir de la génesis y del desarrollo de los momentos más oscuros y angustiosos de nuestra historia: la violencia.
El autor; Víctor Aragón, al presentar su novela, declara: “La escribí en tres meses, para presentarme al concurso “Esso”. Forma parte de mi propia vida. En ella aparece un Popayán medio real y ficticio, pero que a la vez es aquel Popayán que conocí en mi juventud: una ciudad todavía pequeña, introvertida, en la que trabajaba con ahínco el artesano; alegrada por las graciosas y nunca mediocres “Ñapangas”. Una ciudad en la que todo el mundo estaba enterado de todo, y de la que estaban ausentes esos barrios que crecen y ahora me desconciertan”.
3. Contra la eternidad. Gonzalo Canal Ramírez (1916 -1994)
Este autor colombiano desarrolla un tema universal: la vocación sacerdotal; pero, una vocación nacida de las opiniones y sentires de los mayores, y sostenida, solo porque el protagonista posee principios morales sólidos y una limpieza de alma muy grande. Gracias a esto, y a la libertad para poder elegir, el hombre-sacerdote se salva.
Este tema ha sido tratado por escritores de la talla de Graham Greene, Morris West y por Elizabeth Ann Cooper en su libro Contra la ley de Dios (Premio de Novela Católica en EE. UU.; 1966). Autores, todos, con profundas inquietudes religiosas que los llevan a plantear problemas espinosos.
En la novela de Canal Ramírez, dicho tema se desenvuelve en ambientes colombianos y europeos, todos maravillosamente bien descriptos.
Con serenidad y honradez, se plantea y se analiza el problema del hombre consagrado a Dios, pero atado a la mujer que lo atrae, que lo ama y lo comprende. Ya su adolescencia había sido difícil porque David, el protagonista, descendiente de una familia pueblerina pero influyente, se había debatido entre el designio de sus padres que lo querían a todo trance sacerdote (tesis atacada por el autor por perjudicial) y la libre escogencia.
Al lado de los aspectos filosófico, dogmático, psicológico, social… está también, el romántico; este se adivina o se advierte en la forma de tratar el paisaje, en el comportamiento de sus personajes frente al futuro, frente al recuerdo de las cosas y los seres idos, frente a los anhelos de eternidad de algunos de ellos.
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De otro lado, se advierte que el autor celebra el resurgir de la Iglesia, la agilización de su ministerio, la revisión de sus leyes, la comprensión de las almas en sus casos particulares. (Recordemos al venerable papa San Juan XXIII y los años del “Aggiornamento”). En esta novela hay claridad, sobriedad, conocimiento del ser humano y del medio en que se mueve. Los temas están tratados con propiedad y los personajes, muy bien caracterizados. Es un libro humano y que hace reflexionar. David es un valiente triunfador: no deja tambalear su fe y su entrega a Dios, a causa de la aparición en su vida de poderosos atractivos.