Existe una modalidad de insulto que es cobarde, sinuoso, porque el insultador no lo ejerce desde el coraje, ni desde la claridad intencional.
En un país tan agitado como el nuestro en donde la confrontación es permanente, agria y desaforada, el insulto está siempre a la orden del día.
Casi incorporado al ADN nacional, podría decirse que para los colombianos y parodiando la célebre canción interpretada por Sarita Montiel: “insultar es un placer genial, sensual…”.
Se pone uno a reflexionar y descubre que existe, como en todo, una ética del insulto. Para insultar como debe ser, se requiere coraje y también claridad intencional, se requiere el valor de asumir una responsabilidad.
Y es que el insulto tiene un contenido, no es una palabra suelta o inane. El insulto “significa” y eso quiere decir que la palabra narra una historia.
Mire usted que detrás de la expresión “idiota” por ejemplo, habita un término de origen griego: “idiótes” que hace referencia a ese ciudadano que está inmerso solo en sus intereses personales y poco le importa el resto del mundo y la ciudad. A no dudarlo la política nacional está repleta de idiotas.
El latín “inbecillis” (in-no/ bacillus- bastón) da origen a la expresión “imbécil” que significa que no tiene apoyo ni físico ni intelectual. Mire usted a su alrededor y va a quedar sorprendido de la abundancia de esa especie.
También el latín “stupere” que significa sorprenderse, aporta la expresión “estúpido” que hace referencia a aquellos que caminan todo el tiempo como atónitos, sin capacidad de reacción. ¡Ahí están, esos son!
Pero existe una modalidad de insulto que es cobarde, sinuoso, porque el insultador no lo ejerce desde el coraje, ni desde la claridad intencional. Por el contrario, el insultador está a la defensiva y pretende justificarse desde un supuesto absurdo. Él asume que el insultado no está en capacidad de discernir y que, en consecuencia, lo que el insultador plantea será aceptado sin discusión. Es una especie de trampa autodestructiva porque a través de ese insulto el insultador se desnuda.
Hay en “El Padrino” una escena de antología: Michael Corleone tienen en frente a Carlo Rizzi que ha traicionado a la familia. Carlo está aterrorizado y Michael le masculla una frase que Carlo sabe que decide su destino: “no me digas que eres inocente porque eso insulta mi inteligencia”.
El patán de Diego Cadena ha sido el campeón del insulto a la inteligencia por estos días, pero la lista es larga: Samper con su célebre “fue a mis espaldas”, Sarmiento Angulo con su “apenas me entero”, Santos con su “me acabo de enterar”, Uribe con su “a mí no me consultaron” configuran la interminable lista de sandeces que exhiben esos idiotas a los que insultar nuestra inteligencia les parece una genialidad. ¡Pobres imbéciles!
Cada día que pasa se confunden más. Se mantiene viva la esperanza de su debacle.